sábado, 5 de febrero de 2011

Filosofía en las uñas de los pies

       Como decimos en la profesión, vengo de hacer el camino entre Europa y América andando.

       Tras tanto caminar la mayoría de nosotros aprovechamos la estancia en el destino para darnos unos merecidos mimos en forma de peluquería y masaje o una buena pedicura. De todos los sitios a los que voy, donde más me gusta cuidarme las manos y los pies es en Bogotá y en Brasil, ya sea en Río de Janeiro o en Sao Paulo. Los precios allí son muy bajos, la atención amabilísima y el resultado simplemente perfecto.

       A estas alturas del texto el posible lector se estará diciendo:
       - "Ah, qué interesante..."
       - "...A esta chica se le están acabando las ideas."
       No desesperéis que ahora me pongo profunda.

       La cuestión es que, salvo con mi amigo Ibrahim, con el que converso sobre la luz de las ciudades que conocemos, sobre la vida, la lectura y las diferencias entre nuestras culturas mientras me corta el pelo, nunca se me ha dado bien la charla de peluquería y, si encima tiene que ser en brasileño, bastante me parece conseguir que adivinen el color de uñas que quiero. Así que, con las manos ocupadas (imposible leer) y sin intercambiar más que un par de frases, no me queda más remedio que pensar para pasar el rato.

       Y, pensando, pensando, he llegado a la conclusión de que existen dos escuelas muy diferentes a la hora de pintar las uñas que pueden servir de analogía sobre cómo hacer las cosas en la vida.

       He observado que en Bogotá las pintan con sumo cuidado, mirando de no rozar la piel con el pincel, de no salirse de la línea marcada. Lo hacen de una forma concienzuda y esforzada. El resultado es inmejorable, tanto en duración como en brillo. Un trabajo perfecto.

       Sin embargo, en Brasil pintan en un par de trazos la uña, el dedo y lo que se ponga por delante. Después cogen un palito con quitaesmalte borran todo lo que sobra y ya está. Rapidísimo. La primera vez que lo vi pensé que me había tocado una pedicurista de la ONCE, pero después quedé encantada con los resultados. Un trabajo perfecto también.



       Yo siempre he sido de la escuela colombiana. He vivido procurando no salirme del margen, portarme como dios manda, hacer lo correcto, en el convencimiento de que esa era la única forma de que las cosas salieran bien. Y aquí estoy, mirándome las uñas de los pies, y preguntándome cuántas veces habré perdido el tiempo o cuántas cosas habré dejado de hacer porque no me sentía con fuerzas de seguir el procedimiento paso a paso para que mi vida saliera exactamente como yo esperaba. A lo mejor se trataba de hacer las cosas como pudiera e ir arreglando los borrones que se me escaparan del trazo.

       Recuerdo un precioso libro de Oscar Tusquets que leí hace ya algunos años y que me impresionó mucho: "Dios lo ve". Entre otros ejemplos de artistas entregados a su trabajo, comentaba que uno de los lados del Palau de la Música se había construído adyacente a otro edificio, por lo que no había necesidad de adornarlo con el mismo cuidado que los otros lados, nadie más que Dios lo podría ver. Sin embargo, años más tarde, al derruir ese edificio y quedar ese flanco al descubierto, se pudo apreciar que se había construído con la misma dedicación y profusión de detalles que el resto. El motivo: el amor a las cosas bien hechas, la búsqueda de la excelencia, la pasión por la belleza.


       En su momento me pareció muy inspirador (y aún lo es) pero la verdad es que en el día a día no voy por ahí diseñando catedrales y me parece que ya es hora de relajarse un poco y vivir. Aunque sea a costa de hacer algún borrón. Para eso está el quitaesmalte.

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