martes, 29 de noviembre de 2011

La moda del descontento

       Desde que tengo memoria siempre me ha encantado leer. Recuerdo con especial cariño unas largas semanas que pasé encamada curándome de la varicela y devorando la colección completa de las aventuras de Tintin ¡Qué descubrimiento: el mundo a mi alcance!

       Me apasionaban los cuentos y las leyendas que sucedían en tierras lejanas o, cuando menos, desconocidas para mí (que eran casi todas). Aparte de las historias en sí, me llamaban poderosamente la atención las descripciones de costumbres y las celebraciones de todo tipo.
       Lo mismo daba que se tratara de una boda beduina: de varios días, con platos de cordero y dátiles, con músicas y danzas sensuales; tés de menta; perfumes y alfombras; jaimas y pulseras tintineantes; gritos de júbilo... o que me describieran la merienda de cumpleaños de algún niño inglés: con tartas y pasteles de arándanos, frambuesas y ruibarbo; en un jardín con rosales y un cesped esmeradamente cuidado; vestidos de uniforme con corbata; chapoteando en los charcos dejados por la lluvia frecuente; jugando al escondite con su Cocker Spaniel; comentando el último partido de criquet.
       Tal variedad de alimentos, instrumentos, y costumbres me resultaba fascinante y daba por hecho que con esos nombres tan sonoros y diferentes tenían que ser manjares exquisitos, música de ángeles, imágenes bellísimas. ¿Cómo no iba a sonar bien un sitar, estar riquísima la mousaka, o ser preciosa una geisha envuelta en seda y adornada con un delicado maquillaje?

       Todas estas historias alimentaban mi imaginación y mis ganas de vivir, y aún lo siguen haciendo. Lo curioso, lo maravilloso, es que muchas de las escenas que entonces sólo podía vivir a través de las letras hoy son normales para mí. No lo digo por lo mucho o poco que me haya movido por este mundo sino porque todos esos alimentos exóticos se encuentran ahora sin mucha dificultad en los mercados centrales de nuestras ciudades. Porque en la agenda cultural encuentras casi con facilidad un festival de músicas del mundo, una exposición de fotografía de lejanos parajes, un ciclo de conferencias sobre las costumbres de las tribus africanas. Porque lo que no esté cerca de ti físicamente, lo encuentras a golpe de click, a través de una red que no para de recibir información y aumentar sus posibilidades. En fin: que hoy tenemos el mundo en la palma de la mano.

       Cuando yo era pequeña las representaciones de teatro, los conciertos, los ballets, eran espectáculos cuasi-únicos: o tenías la ocasión de verlos o no. Ahora entras en internet y tienes acceso a casi todo lo que alguna vez haya sido grabado. Toda la literatura, toda la música para el que quiera disfrutarla.

       Nunca se ha leído tanto, nunca se ha sabido tanto, nunca ha sido la cultura tan accesible. Sin embargo, se sigue hablando de la crisis de las artes, yo misma he caído en ese tópico: ¡Mea culpa! Nos quejamos de la época que nos ha tocado vivir, cuando nunca ha habido menos violencia, cuando nunca se habían controlado tantas enfermedades, cuando millones de personas tienen acceso a comodidades que ni siquiera existían hace unos años para los más adinerados.

       Hay muchas cosas por hacer, es cierto: hay mucha gente que sufre, muchas metas que alcanzar pero, ni siquiera con esta tan cacareada crisis estamos peor que hace sólo unas décadas. Por favor, sigamos avanzando y seamos realistas. La realidad es que hay mucho sinvergüenza aprovechado sí, pero ¿acaso eso es nuevo? Antes nos los tragábamos sin más, ahora no los toleramos. De la misma manera que ahora hay menos maltrato doméstico e infantil pero reaccionamos a ellos con más virulencia y rechazo.

       En estos tiempos que vivimos nos enteramos de cualquier catástrofe al minuto y, como siempre hay alguna, nos parece que todo esté yendo a peor. Sin embargo, lo que antes era solidaridad de barrio o de pueblo hoy tiene alcance mundial, ¿no es ese un avance extraordinario?

       No obstante, el mal humor está de moda, la queja sin aportaciones, la insistencia en señalar el problema y la crítica a cualquier búsqueda de solución. Cualquiera que trate de mejorar las cosas es tachado de ingenuo, hasta se le acusa del peor delito: el "buenismo". Por eso a obras como este cortometraje multipremiado, que podrá gustar más o menos (para gustos...) se le critica en los foros, no por sus cualidades artísticas sino por su mensaje ñoño o ya antes visto. Ajá, es verdad, las películas de catástrofes, guerras, violencia y dramas de todo tipo hablan todas de temas nunca antes comentados, ¿verdad? Mi teoría es que alabar historias de esperanza y colaboración no suena moderno y profesional. Que está de moda dar una imagen fría y aséptica e incluso cínica.


       Desde aquí me tomo la libertad de pediros que reflexionéis un poco sobre la época llena de maravillas que nos ha tocado vivir y que aportéis vuestro grano de arena diario para hacer más poderosa esta magia. ¡Acabemos con el mal humor imperante y el pesimismo!


       "Piensa globalmente y actúa localmente". Patrick Geddes.


jueves, 3 de noviembre de 2011

Y Espartaco fue ruso

       Y finalmente, tras innumerables visionados en vídeo de una de mis obras favoritas, ha sido posible. Probablemente la que más me haya hecho erizarme, escalofriarme y, por supuesto, llorar. No sé si porque es una historia realista en la que me puedo identificar con los personajes. No sé si será por la maravillosamente apasionada música de Aram Khachaturiam. Si será por sus movimientos llenos de fuerza y masculinidad, de delicadeza, de sensualidad, de simbolismo.
       Sólo sé que por fin la he visto representada en vivo, sentada en primera fila y temerosa de que los arranques de aplausos del público pudieran romper la magia, que sacaran a los bailarines del ensueño y a mí con ellos. Que Espartaco dejara de sentir la adoración que siente por Frigia, que ella interrumpiera su entrega.

       Volví a llorar la separación de los amantes que se saben predestinados a la tragedia, que se acarician, se adoran, se lanzan el uno contra el otro en un vano intento de fundir sus cuerpos y evitar que la inminente batalla y la muerte finalmente les separe. Ese momento en el que Frigia envuelve el cuerpo de Espartaco con el suyo propio para servirle de escudo, para protegerle, para ser su fuerza, la fuerza que impida lo inevitable; ese momento que me rompe en dos cada vez que lo veo y que, sin embargo, ansío desde que escucho la primera nota...

       Ese momento que por primera vez pude presenciar, llorando bajito, para no inmiscuirme en su historia de amor.


       Y, sí, finalmente me estrené presenciando el Pas de deux del Adagio de "Espartaco" bailado por dos rusos, del Gran Teatro de Rusia, más conocido como el Bolshói Teatre, ni más ni menos.
       Tal y como había soñado, porque, me vais a perdonar, pero dicen que no se puede competir con un ruso a beber alcohol, y yo añado que a bailar "Espartaco" tampoco.

"Espartaco tiene que ser ruso"

       Como apasionada de la danza que soy, a menudo me esfuerzo por transmitir interés, o cuanto menos curiosidad, por esta forma de expresión a la gente que me rodea y, sobre todo, a la que me importa.
       Es un arte considerado por muchos elitista, aunque en realidad sea una actividad que todos los seres humanos compartimos. Muchas personas asocian la danza y el ballet con una imagen apolillada y cursi o con el reverso de esta moneda: absurdas producciones supuestamente vanguardistas, pretenciosas y antiestéticas. La verdad es que a veces no les falta razón.
       El problema radica en la falta de educación en este campo. La prueba es que en los países ex-soviéticos la danza es una actividad tan apreciada y seguida por la población en general como puedan ser en España los deportes. Si todo lo que conociéramos del cine en este país fueran las películas mudas y el movimiento Dogma seguro que pasaría tan desapercibido por el gran público como el ballet.

       Lo curioso es que dos de los ídolos de masas del momento son Lady Gaga y Beyoncé, que no serían tan famosas si no fuera por su particular forma de moverse y las vistosas coreografías de sus videoclips y espectáculos. El baile está en todos lados: en la calle, en los anuncios, en las fiestas, en los locales de fin de semana y en numerosas y exitosas películas. Sin embargo, si preguntas a tu alrededor, muchos te dirán que no son aficionados a la danza. Esos muchos que se ríen de la posibilidad de ir a ver un ballet o un musical han disfrutado de lo lindo con los vídeos de, por ejemplo, Michael Jackson.
       Y yo me pregunto ¿acaso no es eso danza?, ¿no son esos vídeoclips auténticos musicales de corta duración?, ¿de dónde creen que proceden esos movimientos?, ¿o es que les gusta Jackson a pesar de su baile? De hecho, estoy harta de oír lo creativo que era en sus pasos. A mí también me gusta verle bailar pero, más de uno se sorprendería al descubrir que esos movimientos no eran originales. Un gran coreógrafo y bailarín, director de cine y musicales los utilizó como parte de su vocabulario mucho antes que él: el genial y prolífico, aunque desconocido para el público mayoritario, Bob Fosse. Y él a su vez, se inspiró en sus predecesores y en el rico y variado lenguaje del ballet y de la danza en general.


       Para aclarar estos conceptos y hacer justicia a grandes artistas me encantaría que en las escuelas se enseñara la historia de la danza y sus códigos. Tuve la gran suerte de asistir a clases de historia del cine durante el bachillerato y puedo decir que gracias a mi admirado profesor Luis Maccanti soy un poco más feliz. ¡Cuántas horas disfrutando y soñando frente a la gran pantalla! Estoy convencida de que si se diera más a conocer, con la danza pasaría igual.

       Mientras espero que llegue ese momento he ido consiguiendo que los hombres de mi vida disfruten de este bello arte. Y estoy segura de que no lo hacen por complacerme, ya que me comentan los espectáculos que han visto últimamente y tienen una opinión y unas preferencias muy definidas. Me siento muy orgullosa de haberles inoculado este inofensivo y placentero veneno. Lo que nunca esperé que llegaría a conseguir, y me ha hecho dichosa y reír, es que al proponerle a mi pareja ir a ver una representación del maravilloso ballet de Yuri Grigorovich, "Espartaco", me contestara que no porque "-Perdona, pero ese ballet lo tengo que ver bailado por una compañía rusa, sólo ellos lo bailan con la necesaria pasión". Creo que he creado un monstruo, uno adorable, en cualquier caso.

jueves, 6 de octubre de 2011

La Danza sale a escena

Finalmente llegó el día, por fin se hace visible. Tantos años intentando explicar lo maravillosa que es. Lo que te puede hacer sentir. El mérito que tiene. Cuando ya piensas que es una batalla perdida, y asumes que para la mayoría de la gente eres un bicho raro, o que vas de snob por la vida, la hermana pobre de las artes sale a escena. Al principio a través del cine, en el mismo año hemos podido disfrutar en la gran pantalla de fantásticos y variados estrenos: "El último bailarín de Mao", "La Danza", "Cisne negro", "El esfuerzo y el ánimo". Incluso un cuidadísimo telefilme: "Ballet shoes".

El modesto éxito de estas obras me ha alegrado mucho pero, siempre he tenido en cuenta que disponían de un público natural, preseleccionado. En los tiempos que corren algo no es realmente conocido hasta que tiene alguna relación con la publicidad, con la venta de un producto, con el dios dinero. Tarde o temprano te das cuenta de que ya no somos ciudadanos, sólo consumidores.
Por eso al ver que diferentes empresas de gran consumo eligen la magia del movimiento de grandes coreógrafos para asociarla a su imagen de marca me doy cuenta de que ya es oficial: La Danza ya es visible. Veamos cuanto tiempo dura bajo los focos...


Campaña publicitaria de Air France en España de 2011


Ballet "Le Parc" coreografiado por Angelin Preljocaj en 1994 para el Ballet de la Ópera de París


Campaña de los grandes almacenes El Corte Inglés para el otoño de 2011, claramente inspirada en...


...las únicas y personalísimas creaciones de una de las mejores coreógrafas de danza contemporánea, la recientemente fallecida Pina Bausch, y la película en 3D sobre su obra, realizada por Wim Wenders y acabada de estrenar.

Dentro de poco Benjamin Millepied será conocido como ese chico guapo que sale en el anuncio de la colonia, en vez de como ese bailarín ordenado Caballero de las Artes y las Ciencias de Francia por la calidad de su trabajo como solista y coreógrafo para el Ballet de Nueva York, el American Ballet Theater, el Ballet de La Ópera de París, el de Ginebra...


Bueno, como decía antes, es el signo de los tiempos. Aunque ahora que lo pienso mejor, ya mis padres me contaban de pequeña, que los novios de su época de juventud le pedían al cura que en la boda sonara la música del anuncio del jabón Persil (la Marcha Nupcial de Mendelssohn), así que no sé de qué me sorprendo.

Mi esperanza es que "esto sea el inicio de una larga amistad" entre la danza y la publicidad, y que continúe su fructífera relación con el cine. Y que por el camino se vaya creando afición y que este país deje de considerar el disfrute del sufrimiento animal como su representación cultural en el mundo, y empiece a valorar la riqueza pasada y presente que tiene encarnada en grandes bailarines y coreógrafos, que no tienen otra opción que emigrar sí o sí para sobrevivir porque aquí no les apoya más que su familia, mientras en las grandes capitales culturales del mundo les reciben con los brazos abiertos.

Y dicho esto, me voy al cine a ver "Pina", ya os contaré.


"Danzad, danzad, si no, estamos perdidos"
Pina Bausch

sábado, 10 de septiembre de 2011

Humor, Ironía e Inteligencia

Hace ya algunas semanas una amiga me comentó que lo podría pasar muy bien en Twitter y, como tengo en buena estima su opinión, me abrí una cuenta y me di un paseo por allí.

Como tantas otras cosas en internet, y en la vida misma, Twitter puede ser una valiosa fuente de información, una forma divertida de pasar el rato o estar en contacto con amigos, o una absoluta pérdida de tiempo. Todo depende, como en la vida (insisto), de lo que tú escojas hacer.

En mi caso, aparte de para tener contacto con algunos amigos, he decidido usarlo para poner una nota de buen humor al día. En él encuentro ácidos y agudos comentarios de todo tipo, juegos de palabras y fantásticos chistes de autores escondidos tras su avatar, que para sí los quisieran muchos ilustres humoristas. De hecho, en el poco tiempo que llevo visitando esta comunidad ya he comprobado en varias ocasiones como algunos locutores de radio y otros famosos ocurrentes utilizan los comentarios de Twitter como si fueran de cosecha propia. Incluso me he llevado la desilusión de leer a un amigo, del que yo estimaba su ingenio, plagiando en Facebook una historia que ya había leído unas horas antes como si le hubiera pasado a él. No sé qué tendrá de deshonroso compartir un comentario inteligente mencionando su autor, o añadiendo unas aclaratorias comillas, para que no haya duda de que es una cita de autor ajeno pero, últimamente nadie lo hace.

En todo caso, me estoy desviando del tema que me ha impulsado a escribir este texto, que ha sido la reacción por parte de la prensa y algún político a los comentarios de un tuitero con más de 20.000 seguidores conocido como masaenfurecida. Se trata de un provocador nato, todos sus comentarios están escritos en mayúsculas (el equivalente al grito en internet), van en contra rabiosa de algún colectivo profesional, nacional o étnico; hace uso de todos los tópicos a su alcance y cuando no encuentra alguno directamente se lo inventa; insulta, miente, desvaría... y lo hace abierta e indisimuladamente. Cualquiera con dos dedos de frente se da cuenta de que el autor/es de estos comentarios no piensa literalmente lo que escribe, se está burlando de esos tópicos y en ocasiones estoy segura de que incluso piensa todo lo contrario. Algunas de las réplicas que recibe (y que oportunamente reenvía) dejan en evidencia la cortedad mental de sus autores, que disfrutan como locos hasta que la crítica se dirije a su ciudad de origen, su equipo de fútbol o hacia los niños pequeños, los enfermos o cualquier otro tema "sensible". Le acusan de querer darse importancia y, si no les gusta, con dejar de leerle sería suficiente pero, en vez de eso, lo denuncian en la prensa o incluso algún politicastro corto de miras da por hecho que si masaenfurecida lo critica es porque lo teme... Sin comentarios.

A algunos les puede sorprender que siga los desmanes de masaenfurecida, teniendo en cuenta que me encanta el humor blanco como el de Les Luthiers o el surrealista de Woody Allen, pero como alguien dijo una vez "La risa es el orgasmo de la inteligencia", y qué mejor manera de conseguir un buen orgasmo que estimular, animar, excitar desde todos los ángulos posibles... Humor blanco, ironía, sarcasmo, juegos de palabras, humor negro negrísimo, chistes machistas, religiosos, escatológicos, racistas y hasta xenófobos, ¿por qué no? Ya está bien de que la correción política se meta en asuntos donde nunca le han llamado.

Ya lo dice la RAE:
Humor negro 1. m. Humorismo que se ejerce a propósito de cosas que suscitarían, contempladas desde otra perspectiva, piedad, terror, lástima o emociones parecidas.
Ironía: 3. f. Figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice.

Desde aquí reivindico el saludable derecho a hacer humor con cualquier cosa y, a quien por su sensibilidad algún tipo de humor le moleste que no lo sintonice, lea o pida que se evite en su presencia.

Exijo corrección en las instituciones, en las escuelas, en el trato entre personas que no se encuentran en la misma posición social o laboral y que por tanto no pueden contestar a una incorrección como quisieran. Pero entre amigos, en familia, con la pareja...¡ni hablar! El humor es uno de esos espacios en que esa corrección tiene por definición el paso vedado. Y el que no se de cuenta de esto, siento decirlo pero además de ser un poco limitado nunca disfrutará de buenos orgasmos, ni de la inteligencia ni de los otros.



Como muestra un botón: El extremadamente incorrecto, y (como al él le gustaría ser presentado) grandísimo hijo de puta, el bufón Pepe Rubianes.

lunes, 1 de agosto de 2011

Conceptos erróneos y manual básico de etiqueta a bordo

       Hace unos días leí un ingenioso comentario en twitter que describe muy bien como me siento con frecuencia en mi trabajo: "Últimamente sólo salgo de mi asombro para ir a comprar tabaco". Teniendo en cuenta que no fumo, es fácil imaginar mi nivel de desconcierto.

       A pesar de lo particular y desconocido que es el mundo aéreo, se pueden establecer muchos paralelismos entre los servicios y las situaciones que se viven a bordo y los cotidianos a nivel del suelo. A veces no hay mejor explicación que un buen ejemplo así que aquí van unos cuantos:


       Imagina que llegas a un hotel, te registras en una habitación sencilla y cuando te van a dar la llave preguntas: “¿Está libre la Suite Presidencial?” “Sí” -te contesta un ilusionado recepcionista. “En ese caso, como no la va a usar nadie, me voy a instalar en ella, porque estaré más cómodo que en la habitación que he pagado...”

       Tras un largo día de compras y cargado con la batería de cocina de oferta que acabas de adquirir decides entrar a descansar al cine que hay en el centro comercial. Igual que tú, muchos otros compradores deciden hacer lo mismo. La mayoría os negáis a hacer uso del servicio de consigna del cine porque no os fiais de que os las devuelvan, así que al entrar en la sala vais depositando los paquetes y las bolsas a los pies del acomodador. Mientras tanto la gente sigue entrando y se forma una gran cola porque con tanto bulto no se puede acceder a los asientos. Algunos intentan colocar sus cosas donde pueden, otros esperan que los empleados del cine se pongan a cargar los paquetes y encuentren algún sitio donde meterlos, pero, con mucho cuidado, no se vayan a estropear. Es la hora de que comience la película, las luces se apagan. Algún cliente se da un golpe al tropezar con los paquetes diseminados por el pasillo mientras intenta llegar a su asiento a oscuras. Es tal el caos que la proyección se detiene hasta que se organizan las cosas. Repantingado en tu butaca se te oye refunfuñar por el retraso, por el mal servicio y por la mala cara que te ha puesto el acomodador cuando al ir a indicarte cual era tu asiento le has soltado sin previo aviso los 20 kilos de la batería de cocina en las manos.

       Al salir del cine entras en un bullicioso edificio de oficinas para hacer una gestión, a tu alrededor observas como tanto los empleados como el resto de los clientes visten pantalón largo y usan zapatos con calcetines, algunos llevan traje y corbata. Tú, sin embargo, vistes el uniforme completo del turista profesional: luces bermudas, camiseta imperio y zapatillas de piscina. La temperatura del local es de unos agradables 24ºC, que para ti, que has estado tomando el sol y estás casi desnudo, son escalofriantes. Exiges que se encienda la calefacción ipso facto, si los demás pasan calor no es tu problema...

       Ahora entras en una cafetería y como no ves a nadie en la barra (los camareros están sirviendo las mesas) te metes en la cocina, abres la nevera y te sirves un refresco. Al lado de las coca-colas encuentras una bandeja con yogures y fruta, y piensas “qué suerte tengo, he visto que no hay yogures en la carta así que me llevaré dos de estos, y también una manzana, por si más tarde me apetece”...

       Te subes a un vagón de metro abarrotado de gente con tu perro, con su preceptivo bozal y su correa, pero al cabo de un rato decides soltarlo. “El pobrecito -razonas- tiene derecho a moverse”. El perro sale corriendo y se pierde entre las piernas de los viajeros. Al final del vagón una señora que le tiene pánico a los perros, y que también tiene derecho a viajar, ya no sabe dónde esconderse. Otro viajero ha decidido soltar a su gato y están los dos peleando. Al lado de la señora, un joven alérgico al pelo de los animales, y que se había sentado en el otro extremo del vagón para evitarlos, no para de estornudar.

       Vas a la peluquería, o de compras, o al tren, o al notario, con tu bebé y exiges pañales, toallitas o leche infantil porque piensas que es obligación del que te presta cualquier servicio estar al tanto de las necesidades de tus hijos.

       Al abandonar el hotel, en vista de que parece que ha refrescado un poco decides envolverte con el cubrecama y, ya de paso, te llevas un cojín para descansar los riñones en el viaje de vuelta. Antes de coger el ascensor piensas: “Debería llevarme el extintor, es un recuerdo de lo más original, lo que me voy a reír con los amigos haciendo una batalla de espuma... al fin y al cabo, todo esto está incluido en el precio ¿no?.”


        Todo esto te debe de parecer normal. Es lo que cualquier tripulante de cabina  piensa cuando ve que, pese a haberte dicho que tu billete es de clase turista, es la tercera vez que te tiene que "informar" de que no puedes sentarte en primera (aunque queden asientos vacíos), y que una cortina extendida en un avión equivale a una puerta cerrada.

       Es también lo que ha pensado cuando te ha visto traer como equipaje de mano dos maletas de 20 kilos, la cámara de fotos y un sombrero mexicano, y a tu hijo de 8 años arrastrando una maleta mayor que él. Mil perdones por adelantado pero en la profesión tenemos un dicho: “Algunos pasajeros sólo facturan el cerebro, el resto del equipaje lo llevan consigo”.
       Es comprensible el temor que sufren algunos a perder sus pertenencias, todo el mundo te cuenta una historia terrorífica al respecto, pero los aviones no son elásticos y aunque ese simpático vendedor de la tienda de maletas te haya dicho que las suyas tienen el tamaño aceptado para cabina, lo único que intentaba era cerrar una venta. El equipaje de mano admitido por la mayoría de las compañías incluye una prenda de abrigo, un bastón o paraguas, un bolso, cartera de documentos o cámara de fotos y un bulto cuya suma de dimensiones (alto + ancho + fondo) no supere los 115cm y no exceda los 10 Kg. de peso. Es decir, el equipaje que puedes manejar por ti mismo.
       La tarea de los tripulantes de cabina consiste en ayudarte a encontrar tu asiento y a buscar un sitio donde poner tus cosas, y no a cargarlas; máxime si estas pasan del peso permitido. Aunque tengamos un buen físico, no somos la mujer forzuda. Teniendo en cuenta que hay un tripulante de media por cada 50 pasajeros ¿acaso esperas que cada uno de ellos guarde 50 maletas, mientras acomodan a los pasajeros, ayudan a ancianos y niños que viajan solos y aseguran la cabina en los escasos 20 minutos que dura de media un embarque?

       En cuanto a la vestimenta, a estas alturas nadie va a esperar que luzcas “tu ropa de domingo” como hacían en los viajes en los años 50 pero, el cumplimiento de unas normas mínimas de etiqueta no tan sólo resulta más agradable para tus compañeros de viaje, sino que supone una medida higiénica y saludable. Todos sabemos que, tras cada embate de la guerra de precios, la primera medida de las aerolíneas para asegurarse la supervivencia económica es instalar más butacas en los aviones. Si vas a pasar como mínimo una hora, pero que pueden llegar a ser hasta unas interminable 15, metido en un avión, en un asiento no muy ancho, codo con codo con tus compañeros de fila: ¿te apetece compartir con ellos la frondosidad de sus axilas o la belleza de unos pies cuyo propietario piensa que una pedicura básica es un tratamiento exótico?
       En cuanto a la temperatura, lo más apropiado para un entorno cerrado, ocupado por una media de 200 personas, que según el modelo de avión pueden llegar a ser 400 o más, es de unos 22 a 24 ºC, que es una temperatura agradable para la mayoría de la gente. Es más, es preferible que tienda al frío y no al calor, puesto que es también preferible que los frioleros se pongan más ropa y no que los calurosos no paren de sudar. En cuanto a la salud, una temperatura más baja facilita la circulación sanguínea, la relajación y el bienestar general, muy deseables en un entorno en el que la movilidad es muy limitada.
       Por último, ¿cuándo fue la última vez que visitaste un baño público?, ¿te pareció recomendable descalzarte al lado del inodoro?, ¿crees que es una buena idea entrar y salir descalzo de un lavabo compartido por 300 personas durante doce horas y tras haber tomado dos comidas y numerosas bebidas y después apoyar esos pies en el apoyabrazos del pasajero de delante? Los tripulantes de cabina hacemos continuos chequeos de los lavabos, controlamos que sigan funcionando, recogemos los papeles del suelo y reponemos lo que sea necesario, pero nunca nos verás pasando una fregona o con el bote de Pato WC en las manos. No es nuestro cometido. Ni tampoco es necesario si sigues las más elementales normas de higiene y utilizas los protectores de inodoro que, curiosamente ¡casi nunca tenemos que reponer!


       En lo referente al servicio de bebidas y comidas, es habitual que en primera clase se disponga de un bar auto-servicio para los clientes, complementado, por supuesto, por el servicio directo de la tripulación. En turista, sin embargo, no existe esta opción. No es por tanto de recibo que entres en los galleys (cocinas) y abras neveras y cajones, o que dispongas de lo que se encuentre sobre las encimeras con toda libertad. En los galleys se encuentran mayoritariamente los suministros para tu servicio, es verdad, pero pueden ser para un servicio posterior, pueden ser cosas que se han dejado preparadas (y hasta contadas) para reponer el servicio que en ese momento se está ofreciendo y hasta puede ser la comida de la tripulación, que en no pocas ocasiones se trata de algo que han traído ellos de su casa.
       Como decía el replicante moribundo de la escena final de Blade Runner: -“He visto cosas que vosotros no creeríais”. He visto desaparecer una bandeja de pasteles que habíamos llevado para celebrar el cumpleaños de una compañera a la llegada a nuestro destino, he visto a un pasajero sacar del neceser personal de una compañera una medicina, he encontrado a otro terminando el sudoku que estaba haciendo en MI revista de pasatiempos, y a una mujer mojando sus galletas en el vaso de café con leche que me acababa de preparar y había dejado al fondo de la cocina mientras atendía una llamada de otro pasajero.

       Respecto a permitir la presencia de animales en cabina, lo primero que debes saber es que las aerolíneas no están obligadas a ello. Se trata, por tanto, de una deferencia que algunas compañías tienen contigo y con tu mascota y no de un derecho que algunos intentan esgrimir. Sería más provechoso para ellas obligarte a transportarla en bodega y así cobrarte la correspondiente tarifa. Sin embargo, aceptan su embarque -considerándolos como equipaje de mano y no además de él-, a cambio del cumplimiento de unas normas muy lógicas: que se trate de una mascota común (nada de serpientes, tarántulas o similares que podrían incomodar al resto del pasaje), que no pasen de 6 kilos, que tengan un certificado de buena salud y vacunaciones, y que viajen en un recipiente homologado (los perros lazarillo están exentos) que debe permanecer cerrado mientras se encuentre a bordo. Si estás preocupado por la incomodidad de tu mejor amigo, lo mejor que puedes hacer es sedarlo para que no se de cuenta del viaje. Si piensas que con dejarle salir de la caja se sentirá mejor, te equivocas. Se encuentra en un sitio desconocido, con unos ruidos y olores muy fuertes para él. Unas filas más adelante (un mínimo de seis) puede haber otra mascota, y cualquiera de los dos puede reaccionar con agresividad hacia el otro. Además, y lo más importante: los otros pasajeros, que tienen todo su derecho a un viaje apacible, no tienen por qué aguantar sus maullidos o ladridos constantes e incluso el miedo que a alguno de ellos le pueda infundir su presencia.

       Otro típico malentendido referente a los viajes en avión tiene que ver con el transporte de bebés. La normativa aeronáutica internacional considera bebé al pasajero menor de 2 años, al que le está permitido viajar SIN asiento y sin pagar billete. Puede que esto te sorprenda porque quizás ya hayas pagado por emitir el billete de tu hijito. Debes saber que se trata únicamente del pago del seguro de viaje obligatorio y de las tasas aeroportuarias y los impuestos correspondientes. Ninguna de estas cantidades va a parar a la caja de la aerolínea.
       No obstante, las compañías tienen no pocas deferencias con estos pasajeros. Si hay alguna plaza libre en el avión y en la clase correspondiente, procuran asignar el asiento libre al lado de los padres del bebé o, ya a bordo, los tripulantes se esmeran en hacer cambios entre los pasajeros para que dispongan de ese asiento extra. En algunos modelos de avión se dispone de cunas portátiles para su uso durante el vuelo, e incluso de un número limitado de neceseres de cortesía con algunos objetos pensados para su higiene. Se pueden solicitar comidas específicas para bebés, son los primeros a la hora de recibir mantas o almohadas cuando se dispone de ellas, se les calientan los biberones y los potitos aunque esto retrase el servicio de los demás pasajeros y, si la normativa del aeropuerto lo permite, se les deja llegar hasta la puerta del avión en el carrito, donde se retira para meterlo en la bodega y, nuevamente, si la normativa del aeropuerto de destino lo permite, se les entrega en la puerta del avión a la llegada, lo que requiere la asistencia de personal dedicado a esta tarea. Todas estas molestias por un pasajero por el que la compañía no recibe ninguna remuneración.
       Sin embargo, son habituales las quejas por no disponer de asiento para el bebé, se exigen a bordo comidas específicas que no se han solicitado previamente, pañales, prendas de abrigo y cunas para todos (a bordo pueder ir una cantidad de bebés equivalente al 10% de asientos, es decir: en un avión con 250 butacas eso supondría 25 cunas que se podrían colocar... ¿dónde?).
       Lo más preocupante es que a menudo algunos padres intentan que la tripulación asuma la responsabilidad por la seguridad de su bebé desatendiendo la suya propia. A pesar de los avisos de los tripulantes de cabina, los sostienen con su cabecita del lado del pasillo aunque estén pasando carros cargados de botellas o se estén sirviendo jarras con bebidas calientes en un medio que en cualquier momento puede saltar por las turbulencias. Se les tumba en el suelo, otra vez con la cabeza hacia ese pasillo por el que caminan multitud de personas a veces a oscuras -en los vuelos nocturnos- y se les deja gatear por esos mismos pasillos y por los lavabos y los galleys sin vigilancia. Por no hablar de la negativa de algunos padres a ponerles el cinturón de seguridad para no incomodarlos

       Para finalizar: qué decir de esos pasajeros que deciden llevarse como souvenir una manta o una almohada, o las dos cosas. Pues que habitualmente son los primeros en quejarse porque no disponen de la suya, porque se la ha llevado otro pasajero en un vuelo anterior. De hecho, algunos complementos, como los botes de colonia y los jaboncillos de los baños, se han retirado de los aviones pero, no por un medida de ahorro, que es quizá lo que estás pensando. Antes de que el sector aeronáutico entrara en crisis y empezara a recortar todos los gastos posibles, muchas aerolíneas ya habían retirado estos detalles, porque nunca estaban a disposición del segundo pasajero que entraba al baño. Con todo, estos pequeños hurtos no son lo más grave. Lo peor, realmente costoso, y que puede suponer la inutilización de una butaca y el consiguiente perjuicio para un pasajero que no podrá realizar su viaje, es la moda de llevarse el cinturón del asiento o el chaleco salvavidas. Como también la costumbre de forzar el reclinado del asiento o la mesita hasta dejar la butaca inservible. Un acto muy considerado por su parte. Y no, estos pequeños recuerdos o destrozos no están incluidos en el billete, el gasto que ocasionan a la compañía con frecuencia es mayor que la cantidad que se ha abonado por el viaje.

       Antes de dar por zanjado este penoso asunto, me gustaría hacerte una recomendación para el próximo vuelo: Si deseas ser gracioso u original, hacer una burda copia de nuestros movimientos mientras hacemos la demostración de seguridad no va a lograr tu objetivo, tantos y tantos lo han hecho antes que tú. Los tripulantes somos por lo general gente sociable y de buen humor, estamos dispuestos a una buena risa pero, por favor, ten un poco de buen gusto y más chispa. ¡Gracias y feliz vuelo!

sábado, 16 de julio de 2011

Seres lógicos en un mundo sin sentido

       Hace ya algunas semanas leí una novela gráfica muy interesante y bellamente ilustrada, que ronda por mi cabeza desde entonces y que me gustaría recomendar, especialmente a los apasionados de las matemáticas, la filosofía y la historia: Logicomix de Apostolos Doxiadis y Christos H. Papadimi.


        En ella se relata, mediante la voz y la vida de Bertrand Russell, la apasionante búsqueda de la verdad fundamental sobre la que edificar las matemáticas. Siguiendo los pasos de este pensador innovador y pacifista y las dos guerras mundiales que presenció, conocemos las ideas de otros destacados contemporáneos suyos como Frege, Hilbert, Poincaré, Wittgenstein, Gödel y Turing.

       Dos cosas me han impactado especialmente de esta lectura:

       Lo primero, y más evidente, es la manera en que Russell abre nuevas vías, no sólo en el pensamiento sino en su modo de vivir. Su vida personal es tan libre que para muchos podría ser tachada de escandalosa, y sus métodos educativos rompen los esquemas autoritarios por entonces tan en voga. Me resulta admirable su coraje al seguir lo que él considera correcto pero, aún más me impresiona cómo acepta los muchos errores que, en su búsqueda de la perfección, termina cometiendo. Cómo es capaz de defender con la misma pasión una idea que más tarde la contraria, si se da cuenta de que es lo más razonable a la luz de la lógica y/o los hechos. Siempre he pensado que lo que hace grande a una persona no es que no se equivoque, sino que si lo hace sepa reconocerlo y rectificar. Y pocas cosas admiro tanto como la curiosidad, las ganas de aprender y el compromiso, cualidades que definen sin duda alguna a B. Russell.


        El segundo descubrimiento, en este caso muy penoso, fue conocer el final de Alan Turing. Conocido como el padre de la informática y la inteligencia artificial, fue decisivo en la victoria contra los nazis al conseguir descifrar sus códigos secretos de comunicación. Este gran matemático, cuyo trabajo salvó muchas vidas, recibió la más deleznable de las recompensas. Mientras fue necesario a nadie le importó su vida privada pero, una vez acabada la guerra, se le juzgó por su "delito de homosexualidad" y con "gran magnanimidad" se le dio a escoger entre la castración química y la cárcel. Eligió la primera opción, que con el tiempo se le haría insoportable, y acabó suicidándose dos años más tarde.


        Muchas fueron las injusticias que ambos presenciaron en la época desbordante y convulsa que les tocó vivir. Cosas que ni siquiera una mente privilegiada como las suyas podría entender. Locuras respaldadas incluso por sus colegas en la defensa de la lógica. Tragedias que aún hoy se siguen repitiendo y que en ocasiones me inducen a la misantropía.

       Afortunadamente cada vez que me entero de la existencia pasada o presente de alguna gran persona, implicada, apasionada y justa (de esas que voy añadiendo a mi altarcito personal) consigo mantener viva la esperanza.

jueves, 16 de junio de 2011

Respeto.... respeto... no me suena, ¿eso qué es?

       El martes a mediodía, mientras paseaba sin rumbo fijo por la Gran Vía de Madrid, descubrí con tristeza cómo ha caído otro de los grandes cines para ceder su espacio a una más de las innecesarias tiendas de ropa que se ven por todas las esquinas. ¿Cuántas prendas tendría que comprar cada ciudadano para dar salida a esa ingente cantidad de artículos en venta? En cualquier caso, el antiguo cine Palacio de la Música es ahora un H&M.

       Entré en la tienda en un arrebato de nostalgia, recordando mi primera visita a Madrid cuando tenía sólo 7 años y lo mucho que me impresionaron esos cines de la Gran Vía con sus enormes carteles de las películas pintados a mano. Por entonces aún asociaba el cine con el glamour y el buen gusto, con el refinamiento y el trabajo bien hecho. Me agradó comprobar que por lo menos habían conservado la estructura del local y los carteles con el número de las salas encima de las puertas. Pero, al hecho del impacto de que ahora sea un mero distribuidor de mercancía de segunda clase, se sumó mi sorpresa al ser arrollada por una pareja de adolescentes que literalmente me empujó y me pisoteó mientras salían entre saltos y gritos del local. Un "pobre señora que l'as pisao" fue todo lo que recibí por disculpa, ni siquiera me miraron a la cara.

       Tras tan grata experiencia decidí que ya había tenido bastante y salí del comercio. Apostado frente al escaparate se encontraba un clásico limpiabotas que lustraba con esmero los zapatos de un señor. Viendo como me frotaba el pie maltratado me ofreció asiento en una silla libre que tenía a su lado, y fue al sentarme cuando vi que un grupo de niños de entre 10 y 12 años no dejaba de mirar con descaro al limpiabotas y a su cliente. Alguno hasta sacaba fotos con su móvil de última generación entre comentarios como "este es un pijo", "...viejo", "...antiguo" a tono perfectamente audible y con desprecio.


       En ese momento sentí que se me rebosaba el vaso: me quedé mirándoles fijamente y les afeé su mala educación, les pregunté si a ellos les gustaba que les miraran como a un bicho de feria y les insultaran a la cara. La conciencia me detuvo a tiempo antes de crear algún trauma infantil pero, lo que me apetecía decirles es "a ti te voy a mirar fijamente por tu cara de tonta, a ti por gordo y a ti por feo..." Es precisamente eso lo que me sorprende, que me siento incapaz de hacer daño a alguien a sabiendas, que mi formación como persona y ciudadana hizo mucho hincapié en la consideración por los sentimientos de los demás, en definitiva, en el respeto, incluso aunque eso me pueda poner en inferioridad de condiciones en alguna situación.

       Parece que conseguí que sintieran algo parecido a la vergüenza y siguieron su camino. Sería un recurso fácil decir que la culpa es de la mala educación pública. Más facilón y simplista sería aún decir que la mayoría eran hijos de inmigrantes. Sinceramente no creo que ese fuera el motivo pero, soy consciente de que eso es lo que mucha gente pensaría. Y la demostración de este hecho se me presentó tan sólo unas horas más tarde.

       Esa misma noche asistí a una fiesta ofrecida por la Oficina de Turismo de Croacia en la azotea del Círculo de Bellas Artes. A la bellísima visión de la puesta de sol sobre los tejados de Madrid, mientras aparecía la luna llena, la complementó una temperatura ideal y una suave brisa. Recorriendo el perímetro del lugar se podía disfrutar de una exposición de fotografías de los lugares más bellos de Croacia. La música de fondo contribuía al agradable ambiente, los invitados deambulaban entre risas disfrutando de las vistas y la generosa barra libre. Un rato después del inicio de la fiesta hubo una breve presentación de los anfitriones invitándonos a conocer su país, a escuchar un mini-concierto de Ana Rucner, una violonchelista croata muy aclamada, y a una cena-cóctel posterior.


        Entre los invitados, todos obviamente adultos, había mayoritariamente periodistas, empresarios y ejecutivos. Casi todos, por tanto, con educación universitaria y, por la media de edad, no eran precisamente fruto de las últimas reformas educativas. Bueno, pues a este grupo selecto, "españoles de pura cepa" y "gente de bien", se le hizo muy cuesta arriba escuchar los no más de 12 minutos que duraron las alocuciones. Y ya les resultó hasta impensable la posibilidad de escuchar el recital de la violonchelista, que quedaba a ratos apagado por las charlas y las risas. Tengo que añadir que se trataba de una artista de rock sinfónico, que se acompañaba de ritmos potentes, humo y una erótica y llamativa interpretación. Quiero decir con esto que no era fácil que en ocasiones se oyeran más las voces que la música pero, así fue. Por supuesto, muchos ahorraron sus energías a la hora de aplaudir porque las estaban reservando para hacerse fuertes al lado de la puerta por la que más tarde saldrían las bandejas con multitud y variedad de pinchos.

       Es como si te invitan a una casa, te emborrachas, comes todo lo que pillas, manchas y usas todo lo que encuentras pero, no contestas cuando te habla el dueño de la casa, porque te aburre...

       Y digo yo, ¿no será el mal ejemplo de estos cotizados y exitosos adultos lo que está haciendo de los niños unos egoístas insufribles que piensan que eso del respeto debe de ser un vocablo de una lengua muerta?

jueves, 9 de junio de 2011

La segunda mirada

       Jugando con la cámara de fotos, intentando encontrar un punto de vista diferente, lo encontré. Pero no en un sentido estrictamente visual que es lo que buscaba. No sé mucho de fotografía y por ahora me limito a usar el viejo método de prueba y error y, mientras tanto, me divierto y voy aprendiendo.

        Me encontraba en el precioso jardín de la Villa San Michele en Fiesole, desanimada porque las limitaciones de mi mediocre cámara de fotos me impedían sacar partido a la impresionante vista de los tejados de Florencia, dominados por la gigantesca cúpula de Santa Maria del Fiore. Decidí pues hacer fotos de esa imagen sólo en mi memoria y usar la cámara para capturar los pequeños detalles cercanos, los balcones y las flores que me rodeaban.


       Fue entonces cuando descubrí una pequeña fuente en la entrada del antiguo monasterio, ahora lujoso hotel de Orient-Express. Me llamó la atención una expresiva cara que hay en su base por la fuerza de su enfado, o eso me pareció en aquel momento. Me pregunté si estaría enojada por estar condenada por los siglos de los siglos a soportar sobre sí a un querubín cursí y gordezuelo con un enorme pez entre sus brazos.

         Buscando la forma de captar esa expresión con toda su fuerza cambié mi punto de vista, y lo que vi en ese momento en la pantalla no fue en absoluto lo esperado.


       Los ojos de la ira se tornaron suplicantes, la boca ya no gruñía sino que se había quedado muda, el enfado era pavor.

       Me pregunté entonces cuántas veces habría confundido el miedo con el mal carácter, comprendí lo mucho que se parecen, recordé las veces que yo misma había sido vista como arrogante cuando lo que me separaba de los demás no era mi aparente seguridad, sino el miedo a ser rechazada, el sentirme pequeñita y poco interesante.

       En mi trabajo estoy acostumbrada a lidiar con personas que intentan camuflar su miedo a volar aferrándose a cualquier motivo de enfado. Estoy segura de que esas personas no reaccionarían así ante una situación equivalente que se produjera en tierra. A veces basta con una distracción, con hacerles reír o darles la mano para que aflore lo que realmente les preocupa, para que se permitan a sí mismos plantarle cara al miedo. Quizá no lo suficiente como para superarlo pero, sí lo bastante como para admitirlo.

       Lo triste es que en la vida cotidiana nadie se acerque a acariciarte la mano y a ayudarte a superar tu miedo. Que todos aceptemos la primera máscara porque nos han enseñado que es más honroso mostrar un buen cabreo que una lágrima. No tan sólo sufrimos por nuestros distintos miedos sino que además tenemos miedo a que se sepa. Es muy difícil solucionar un problema que no se reconocer tener. Ya sé que hay entornos en los que es mejor no mostrar nuestras debilidades, también sé que detrás de un ceño fruncido perenne a veces sólo hay un individuo desagrable y amargado pero, a partir de ahora intentaré dar una segunda mirada, ofrecer una sonrisa y esperar que el otro quizás, quizás, suspire y se relaje y quizás, quizás, de un primer paso hacia fuera de sí.

miércoles, 1 de junio de 2011

Soy TCP

       Soy Tripulante de Cabina de Pasajeros, es decir: bombera, policía, enfermera, psicóloga, camarera y protagonista de extrañas fantasías...

       Cuando un nuevo modelo de avión destinado al transporte de pasajeros sale al mercado, ha de pasar por una curiosa prueba de la que dependerá el número de personas que puede transportar: se llena dicho avión -que no lleva butacas- de individuos ágiles y sanos y se contabiliza el número de ellos que puede abandonar el avión en un tiempo máximo de 90 segundos, utilizando sólo la mitad de las salidas que se encuentran a la altura del suelo, sin contar con las ventanillas de emergencia y las escotillas de que pueda disponer. Al número resultante de esta prueba se le denomina número de certificación del avión.

       Tomando esa cifra como límite máximo, las aerolíneas eligen el número de butacas con el que comercializarán el avión, teniendo en cuenta el rendimiento que esperan recibir por asiento y las distintas clases de servicio con las que operan. Es a partir de ese número como se calcula la cantidad de tripulantes de cabina de pasajeros (TCP) necesarios para cada modelo de aeronave que utiliza una determinada compañía. Según la normativa de aviación civil europea JAR debe haber un TCP por cada par de puertas a la altura del suelo enfrentadas o un TCP por cada 50 butacas, el número que sea mayor. Es por tanto la seguridad del pasaje ante cualquier emergencia y no el servicio de comidas el principal motivo de la presencia de los TCP en los aviones, contrariamente a lo que mucha gente podría pensar.

       Por supuesto, los TCP realizamos labores de hostelería a bordo atendiendo la acomodación del pasaje en el avión, ocupándonos del servicio de comidas y bebidas y proveyendo a los clientes de la información que necesiten. De hecho somos la auténtica imagen de la empresa, sobretodo en los últimos tiempos, ya que con la compra de los billetes a través de internet y la auto-facturación, la mayoría de los pasajeros sólo se relaciona con la aerolínea a través de la tripulación de cabina. Su buena o mala actitud determina grandes diferencias en la percepción de la marca por parte del cliente.

© JOF

       Sin embargo, es la seguridad de esos clientes lo que condiciona toda nuestra jornada laboral. Como dice un viejo lema de la profesión los TCP velamos por la seguridad y el confort del pasaje. Y el orden de estos cometidos no es casual, cualquier cosa que comprometa la seguridad deja de lado otras consideraciones. Esta circunstancia, por lógica que pueda resultar, nos sitúa en una posición difícil. Los ciudadanos estamos acostumbrados a tratar con profesionales a los que hay que obedecer y con profesionales que cumpliendo con nuestras peticiones nos obedecen, pero no a que ambas circunstancias se den a la vez. Por decirlo de una manera más clara: a una persona sensata no se le ocurrirá discutir una orden de un policía o una indicación de un bombero que le está ayudando, sin embargo, el camarero está a nuestro servicio y se le exige y se le ordena, en muchas ocasiones de modo inapropiado. Como el cliente nos ve como servicio es notorio que muchas veces considera nuestras instrucciones impropias y molestas, olvidando que no tan sólo es nuestro principal cometido sino que lo hacemos por su propia seguridad.

       Como ejemplo de esta situación en 2002 en un accidente menor y, afortunadamente sin víctimas de gravedad, hubo que evacuar un B-747 en el aeropuerto Kennedy de Nueva York a causa del incendio de un motor. Una evacuación rápida y sin más lesiones que las producidas por el rozamiento con la rampa o las ocasionadas al “aterrizar” con mal pie al salir de ella es todo un éxito. Sin embargo, hubo repetidas quejas en la prensa porque las azafatas habían gritado al pasaje para que salieran sin dilación, e incluso una gran indignación porque una niña había perdido un zapato y la tripulación no había permitido parar la salida de los pasajeros para buscarlo. ¿De verdad es necesario explicar que un motor en llamas conectado a un depósito de combustible requiere una evacuación inmediata? ¿Cómo se puede hacer eco de una reclamación tan absurda un periódico serio? De hecho, en alguno de esos periódicos se decía que las azafatas eran viejas. ¿Viejas?... Una prueba más de que se nos valora como objeto decorativo, se espera de nosotros una gran sonrisa y un servicio rápido y no se valora la seguridad que aportan los años de experiencia y entrenamiento en un medio tan hostil como el aéreo.

       Además de pasar por reconocimientos médicos periódicos, más frecuentes con el paso de los años, los TCP hacemos cursos de refresco anuales en los que practicamos los procedimientos de evacuación de la aeronave, de extinción de incendios, comportamiento en caso de despresurización y tratamiento de mercancías peligrosas e, incluso, las medidas a tomar en caso de secuestro. Repasamos también los conocimientos de primeros auxilios y psicología para atender situaciones conflictivas, y estamos al día de las normativas de seguridad aeroportuarias y aduaneras de los países que visitamos. Cada año se nos examina para poder mantener el certificado que nos acredita como tripulantes de un modelo de avión específico.

       Después de leer estos párrafos puede que el prólogo ya no resulte tan exagerado, nuestra preparación para apagar fuegos o evacuar a los pasajeros nos convierte en bomberos potenciales pero quizá los otros puntos requieran una mayor explicación:

       Actuamos como policías o agentes de seguridad cuando tenemos que impedir la entrada a la aeronave al personal que no esté debidamente identificado antes y después de los embarques, chequeamos la nave en busca de objetos peligrosos o custodiamos la documentación de pasajeros deportados o no admitidos al país. También cuando vigilamos a dichos pasajeros o amonestamos a aquellos que no cumplen con la ley anti-tabaco, entre otras situaciones.

       En vuelo es frecuente que algún pasajero se indisponga. Los cambios de presión, el estrés del viaje y la falta de movimiento ocasionan malestares de todo tipo. Sobretodo en vuelos de larga distancia que, al realizarse generalmente en aviones de doble pasillo, añaden un elevado número de pasajeros a la larga duración del vuelo, lo que aumenta mucho las probabilidades de tener que actuar como enfermero. Cierto es que en situaciones graves necesitamos la asistencia de un médico, ya que nuestra formación y nuestra responsabilidad en estos casos está muy limitada, así como los medios de que se pueden disponer a 30.000 pies de altitud. Pero todos los tripulantes hemos tenido que asistir a alguna situación médica de gravedad a bordo alguna vez, y a situaciones más leves con mucha frecuencia.

       La psicología es muy útil en nuestro trabajo, y más allá de la que se aprende en los cursos, la que adquirimos día a día con cada hora de vuelo. Desde el momento en que se forma la tripulación, tenemos que adaptarnos a unos compañeros y jefes, a menudo desconocidos, para formar un grupo de trabajo compenetrado y eficiente. No es habitual en otras profesiones que cambies de ambiente cada día, en nuestro caso es casi norma.

       Ya en el embarque detectamos a aquellos pasajeros que por su fortaleza, pero también por su actitud, nos pueden resultar de ayuda en una situación delicada. De la misma manera que procuramos detectar a aquellos que puedan resultar conflictivos. En situaciones problemáticas, cuando hay retrasos, pérdida de conexiones o equipajes, y reclamaciones justificadas o no por parte de los pasajeros, debemos armarnos de paciencia porque desgraciadamente no suele estar en nuestra mano solucionar el problema pero, por supuesto, somos la cara de la empresa y tenemos que aguantar el rapapolvo con la mejor de las actitudes, y permitir que se desahoguen con nosotros aunque también nosotros estemos sufriendo (los retrasos también rompen nuestra vida personal). En muchas ocasiones, comprobamos que algunas extrañas actitudes por parte de los pasajeros se deben al miedo a volar, un miedo producido porque no controlan el medio en el que se encuentran e intentan recuperar el control exigiendo alguna cosa, a veces imposible de otorgar.

       Nuestra labor como camareros es, como no, la más obvia, pero el viajero medio no es consciente de las limitaciones que conlleva servir cualquier alimento en un avión. Por ejemplo, los hornos de los aviones que, como es lógico, no pueden ser de llama, funcionan por aire caliente, lo que no es el mejor sistema culinariamente hablando. Con cada bajada del precio de los billetes aumenta el número de butacas en los aviones, pero el espacio dedicado a los galleys (cocinas) es cada vez menor y por tanto menor el espacio para suministros y menos las opciones de comida y bebida. Y en busca de la ansiada reducción de costes, las compañías tienden a llevar la tripulación mínima requerida, lo que implica que en clase turista cada TCP tiene que atender a 50 personas de media. Si a esto le sumamos tener que dar el servicio entre turbulencias, y desatenderlo a menudo por otro tipo de peticiones: mantas, auriculares, información, chequeos a los baños porque ha sonado la alarma (alguien ha fumado), el niño que viaja sólo y que se ha puesto enfermo... es muy difícil proporcionar un servicio con una cadencia regular y eficiente.

       Durante muchos años el pasajero medio era hombre, de mediana edad y con un alto poder adquisitivo. Para cumplir sus deseos eran atendidos por guapas y jóvenes señoritas, siempre solteras, de las que se esperaba que se divirtieran unos añitos viajando antes de casarse y sentar la cabeza. Lo de las extrañas fantasías está en el origen de este empleo pero ya no tiene razón de ser. Además en los inicios de la aviación las medidas de seguridad no estaban tan reglamentadas, entre otras cosas porque ha sido a través del aprendizaje que ha aportado el estudio de los accidentes que se han ido produciendo, como se han podido diseñar unos procedimientos cada vez más seguros en todos y cada uno de los pasos que implica la aviación. Actualmente los TCP somos tanto hombres como mujeres, adultos y responsables, en muchos casos padres de familia, que esperamos jubilarnos en el ejercicio de nuestra profesión como todo el mundo.

       Estamos de cara al público y se nos requiere una imagen agradable. Es decir: debemos ser pulcros, estar bien uniformados y mostrar una actitud colaboradora y afable, y llevar las canas, si se tienen, bien peinadas. Imagen agradable no es tener 20 años y medir 90-60-90, eso, caballeros, será muy agradable, no digo yo que no, pero nada tiene que ver con mi trabajo.

lunes, 16 de mayo de 2011

Poesía en tiras

       Escuchando una charla de las muchas, y a menudo muy interesantes, que ofrecen en la librería Excellence tuve que salir de la sala para atender una llamada de teléfono. A través del auricular percibí angustia, tristeza y frustración. Y frustrada me sentí yo también al no poder responder a estas emociones con un abrazo, al no poder ir a descargar en persona toda mi rabia sobre los cafres que estaban provocando esta situación.

       Con la cabeza en otro sitio, habiendo perdido todo el interés por la charla y sin saber muy bien qué hacer, empecé a curiosear entre los libros, escogiéndolos al azar, atraída por palabras sueltas en los lomos, por colores, por dibujos. Como no podía ser de otra forma, este paseo me llevó a la zona de los tebeos y las novelas gráficas. Entre otras maravillas, algunas conocidas y otras que han quedado apuntadas en la lista de 'pendientes', me encontré con esta joya. En cuanto empecé a hojearla supe que sus páginas serían mejor consuelo que mis palabras. Supe que te reconocerías, supe que me econtrarías en ese Edén.


       Resulta muy grato descubrir que un completo desconocido que vive a 11.000 Km. de ti sabe exactamente cómo te sientes. A veces te parece que eres un bicho raro y que nadie te comprende. A veces parece que por mucho empeño que pongas en tirar en una dirección lo único que consigues es moverte en sentido contrario. A veces se te olvida que eres estupendo y amable.


       Edén, un pequeño y delicioso libro de Pablo Holmberg. Dice tanto y tan bonito de una forma tan sencilla que prefiero no contar nada sobre él, voy a limitarme a recomendarlo y a esperar que lo disfrutéis tanto como yo.


       Gracias a la poesía de Holmberg, un gran abrazo y mi mejor sonrisa conseguimos endulzar un momento amargo, recuperar la esperanza, sentir que no estamos tan solos.


sábado, 14 de mayo de 2011

Y el premio es para...

       Hace unos días, en una ceremonia de entrega de premios de empresas relacionadas con el turismo, tres de los parlamentos llamaron poderosamente mi atención. En mi opinión los tres eran merecedores de un gran premio. ¿Qué tipo de premio? Eso lo dejo a vuestra elección, como también dejo a vuestro criterio la clasificación final. Yo no me siento capaz de decidir entre los tres de tan estupefacta como me han dejado.

       1ª perla - Un periodista especializado en viajes comenta: "Acabamos de venir de la maravillosa Birmania ahora que todavía no la ha estropeado el turismo". Traducción: La hemos disfrutado antes de que nos la carguemos los aquí reunidos con los negocios que yo me estoy encargando de promocionar.

       2ª perla - Al presentar un premio a una compañía aérea un experto en viajes y turismo justifica esta elección diciendo: "Hago 180 vuelos al año y me encanta dar un premio a una compañía que respeta la cola en la puerta y no nos hace entrar en el avión de atrás hacia adelante". Traducción: resulta que vuelo uno de cada dos días y soy tan torpe como para no haberme dado cuenta de que los embarques son mucho más cómodos y más rápidos cuando se hace de las filas de detrás hacia las de delante y se da preferencia a los niños y los ancianos, que son los que suelen ralentizar el paso de los demás. Además debo de ser de los listos que están 20 minutos haciendo cola frente a la puerta aunque no hayan llamado al vuelo porque, porque, porque... porque teniendo asiento asignado lo único que consigo es impacientarme esperando de pie y entorpeciendo el paso de los otros usuarios del aeropuerto. Y por cierto, con todo lo bueno que se podría decir de la compañía que recibe el premio decir precisamente eso, tiene delito.

        3ª perla - Un periodista y representante de una agrupación del ramo al contestar una pregunta decide hacer un paralelismo con un pasaje de la novela que acaba de terminar de leer. No dice ni el título ni el autor. Escuchándole queda claro que se refiere a 1Q84 de Haruki Murakami, lo extraño es que el sentido que le da a dicho pasaje es el contrario al que tiene en la obra original. En el relato se habla de unos personajes con la capacidad de "oir la voz", siendo esta voz el mandato de unos extraños seres que manipulan a la población. Sin embargo, el periodista nos cuenta que estos personajes oyen y transmiten la voz del pueblo. No sé que explicación dar a este hecho. O bien piensa que todos los asistentes a dicho acto son unos iletrados, que ninguno ha leído las novelas de Murakami a pesar de ser un autor con gran éxito de ventas internacionalmente y de acabar de recibir el XXIII Premi Internacional de Catalunya 2011 y, por lo tanto, piensa que puede tergiversar el texto sin que nadie se dé cuenta (=somos tontos e incultos). O bien no se ha enterado de lo que acaba de leer a pesar de que su herramienta de trabajo es precisamente el lenguaje (=el tonto y el inculto es él).

 

       Una vez expuestos sus méritos, ¿qué os parece? El premio es para...

domingo, 8 de mayo de 2011

Tú juegas a engañarme, yo juego a que te creas que te creo

       Aprovechando una viñeta de Quino que ha colgado un amigo en su muro de Facebook, que ayer viví una epifanía democrática y que el Pisuerga pasa por Valladolid querría comentar hoy el absurdo que suponen los actos de la campaña electoral que en estos tiempos nos rodea, nos atosiga y nos revuelve.


       Ayer asistimos a una cena en una caseta de la Feria de Abril (en mayo) de Andalucía (en Barcelona) amenizada por sevillanas y bachata caribeña a partes casi iguales. Esto de por sí ya resulta bastante contradictorio. Pero no acaba ahí la cosa...

       El súmmum del sinsentido es observar a unos señores de corbata y con menos salero que Bush bailando la Macarena intentando mostrarse divertidos y "enrollados" ante las cámaras y la concurrencia. Una concurrencia a la que mayoritariamente le importan un bledo estos señores y que, si acaso muestran algo de interés, mostrarían mucha más excitación encontrándose con un participante de Gran Hermano o cualquier otro "artista de postín". Unos señores agotados de vivir constantemente en campaña porque es lo que tienen que hacer todo el año, con la salvedad de que cada cada cierto tiempo lo pueden decir abiertamente.

       Ellos están donde no les apetece estar, haciendo algo que no les apetece hacer para unas personas que no les echarían de menos si no estuvieran. En ocasiones acaparando los mejores puestos y complicando las cosas con sus dispositivos de seguridad a aquellos que van al acto en cuestión con verdaderas ganas.

       Es el mejor ejemplo de antieficiencia y es lo que hacen todos los candidatos sin excepción. Cada partido político tenía su caseta, ocupadas básicamente por militantes incondicionales que lo mismo acuden a la Feria de Abril que al concurso de belenistas o a la final del campeonato de rugby inter-barrios. Hay que acompañar al candidato, aunque ni se hable con él, aunque lo único que el pobre inspire sean ganas de darle un chocolate caliente y mandarle a la cama a descansar de tanto acto vacío, de tanto paripé.

       ¿De verdad sirve esto para algo?, ¿es esta la base de la democracia? ¡Que lamentable experiencia!

jueves, 5 de mayo de 2011

Racionalmente romántica

       Hace algunos días tuve una curiosa conversación con una persona muy cercana acerca de nuestra forma de ser. En algún momento comenté que soy una persona muy racional y que mi mente indaga y pone a prueba las cosas en el mismo modo como lo haría un científico. A lo que ella respondió, "yo te conozco y tú no eres así, eres una romántica y lloras con todo..."

       Esa objeción tuvo para mí la misma lógica que si al decir "los leones tienen melena" me hubieran contestado "no es posible, todos son carnívoros".

       Soy una romántica, no incorregible sino convencida, soy también una llorona , apasionada y sentimental, y me gusta serlo. Cuando algo me emociona hasta las lágrimas me siento viva, igual que cuando al reír llegan a dolerme la tripa y la cara. Y ¿qué tendrá que ver eso con ser o no racional?, ¿por qué nos enseñan que sólo tiene sentimientos intensos el inconsciente, que sólo son felices los tontos, que la mente es fría y el corazón caliente?

       He tenido la gran fortuna de ser educada para pensar por mí misma, me han estimulado y dado los medios para sacar mis propias conclusiones, fruto de ello quizás soy demasiado vehemente a la hora de defenderlas, porque son fruto de mi esfuerzo, porque no pienso o defiendo las ideas de otros si no las he hecho mías antes. Y estoy dispuesta siempre a cambiar, porque estoy también dispuesta a reconocer que me equivoco. En ocasiones hago muchas preguntas cuando no entiendo las ideas o las creencias de los demás y es frecuente que personas que no saben por qué piensan lo que piensan se sientan atacadas. El único motivo por el que hago esas preguntas es el más obvio, y sin dobles intenciones: Hago preguntas porque no conozco las respuestas.

        Carl Sagan lo explica muy bien en esta entrevista:


       Y es también Carl Sagan, uno de los mejores ejemplos de romanticismo, pasión, ilusión y compromiso. Un hombre que veía futuro en la mirada de cada niño, que amaba la vida por encima de todo. Autor de una preciosa e inspiradora frase, que se podría convertir en el lema del misticismo racional: Estamos hechos de polvo de estrellas.

       Hay pensamiento racional en el esquema de las partituras de música, hay racionalidad y mucho cálculo en el dibujo, en la escultura, en la arquitectura. Hay métrica y lógica semántica y estructural en la literatura. Hay una pasión religiosa (veneración, conciencia, deber) detrás de la investigación científica y una profunda admiración y maravilla en la observación de las leyes que rigen nuestro universo.

       Una vez más, nadie mejor que Carl Sagan para mostrar la inmensa emoción que el conocimiento es capaz de infundir. Al fin y al cabo, el corazón no es más que una bomba mecánica que no tiene más influencia en nuestros sentimientos que el hígado o el páncreas. Es la mente la que sueña, la que inventa, la que ama. Es por tanto una mente bien engrasada la que nos hace sentir y vivir con más intensidad.


    

domingo, 1 de mayo de 2011

Desayuno con palabras

       Si hay una cosa que me encanta de mi trabajo y, por ende, de mi ritmo de vida, es la posibilidad de librar un jueves, un martes o un viernes y poder así vivir la ciudad en plena actividad. Disfrutar de cines vacíos a las cuatro de la tarde, de terrazas de uso casi exclusivo, de vacaciones con la playa desierta, de la compasión de aquellos que con cara horrorizada te dicen "pobrecita, tener que trabajar un día tan señalado como hoy", mientras contengo una sonrisa, porque ese preciso día y los ritos que implica sí están señalados en mi agenda, pero con las palabras "¡emergencia!, ¡evacuación: las azafatas y los coherentes primero!"

       A pesar de esto he de reconocer que los pocos domingos de que dispongo libres en compañía de mi amor son una auténtica delicia. Cerrar la puerta de casa con llave, dejando fuera el resto del mundo, preparar un desayuno caprichoso y tardío y hacernos fuertes cada uno en un sofá, cual decadentes romanos en su triclinio, comiendo uvas y escuchando la lira; en nuestro caso jazz o música clásica, quizás algún tango...

       Domingos de dominicales porque, mientras Javier repasa la prensa de cabo a rabo, a mí me gusta saborear la lectura de los suplementos, especialmente de los estupendos autores que escriben en ellos (Marías, Millás, Monzó, Cercas, Grandes...). Y, añadido al placer de las ideas o las emociones que me provocan esos textos, no menos intenso (en ocasiones lo es más) es el paladeo de algunas palabras. Se trata de un placer duradero e íntimo. Duradero porque paso días jugando con ellas, íntimo porque pocos comprenden y comparten este juego, afortunadamente Javier es uno de ellos, lo que le hace aún más amable, mejor compañero.

       Estrenar alguna palabra nueva, recuperar otra que estaba olvidada o descubrirle un nuevo uso, es como estrenar unos zapatos, encontrar un disco que estaba perdido, cambiar los muebles de sitio y construir así un espacio más acogedor.

       Hoy ha sido un día provechoso: incuria, errabundia, fulcro y almácigo me han hecho pasearme por una de mis webs más visitadas (www.rae.es) y, de paso, aunque ya fueran viejas conocidas, péplum e ignominia se han puesto al día.

       Después de la lectura solemos ver alguna película antigua o, mientras él escribe o bucea en internet, yo vuelvo a ver por enésima vez algún vídeo de danza o alguna vieja grabación como estas en las que mis admirados Les Luthiers disfrutan tanto como yo o más jugando con las palabras.