lunes, 28 de marzo de 2011

El efecto mariposa en la ciudad de los prodigios

       Hace unos días, después de horas de recados y de recorrer Barcelona casi de punta a punta montada en mi bicicleta, dudaba sobre si acercarme o no al gimnasio. Me había ganado con creces el ir a casa a no hacer nada, pero me sentía culpable porque llevaba días sin ir y mi espalda comenzaba a chirriar. Así que, hice acopio de la poca energía que me quedaba y me arrastré hasta allí repitiéndome como un mantra: "ahora te da pereza pero después te sentirás mejor, después te sentirás mejor, después te sentirás mejor..."

       Tuve que pelear con mis ganas de dejarlo todo y volver a casa durante toda la clase, que me pasé mirando el reloj cada 5 minutos exactos y extrañándome de que los minutos se hubieran convertido en horas y nadie me hubiera avisado.

       Al salir de la ducha, satisfecha por mi determinación para aguantar hasta el final, pero sin sentirme mejor (la verdad sea dicha), me estaba secando y dándole vueltas a la cabeza, preguntándome si este blog serviría para algo, si podría interesarle a alguien o no, cuando de repente oí que repetían mi nombre y salí de mi ensimismamiento para descubrir a mi lado a una compañera del trabajo de la que hacía mucho tiempo que no sabía nada.

       Mi primera reacción, desnuda como estaba, fue cubrirme por delante con la toalla dejando la retaguardia al aire pero de cara a la pared. Estuvimos solo unos minutos poniéndonos al día de nuestras vidas y planeando como volver a vernos. Minutos más que suficientes para que otra usuaria del gimnasio estuviera observando lo que yo había dejado al descubierto. Tras pedirme perdón por meterse en asuntos ajenos, me comentó que había notado lo mal que tenía la circulación y que ella había probado un sistema muy bueno para las varices y que estaba encantada con los resultados, me dio la dirección del centro donde aplican el tratamiento, y yo a ella las gracias, y nos despedimos.

       Entre una cosa y otra ya se había hecho de noche, refunfuñona como estaba ese día, ya me estaba quejando interiormente de lo tarde que era, pensando lo bien que se estaría ya en casita cuando, de camino a recoger la bici, me encuentro con una amiga que, entre otras cosas, me comenta que le ha gustado mi blog y que está esperando leer nuevas entradas.

       Al llegar a casa busco a mi compañera en la red y a través de sus comentarios y su blog la empiezo a conocer, me emociono al darme cuenta de que a veces tenemos una persona al lado durante mucho tiempo y en realidad no la vemos.

       Un par de días más tarde decido acudir al centro médico que me habían recomendado y al candar la bicicleta me doy cuenta de que estoy justo delante de la tienda donde la compré. Al salir de la consulta, muy contenta porque me ofrecen una solución inesperada para el malestar de mis pobres piernas de caminante voladora, decido aprovechar para que le pongan una cesta a mi bici y me ajusten mejor la altura del sillín.

       Es un jueves soleado, estoy en Paseo Bonanova a las 11 de la mañana, no hay casi tráfico y tengo una hora de espera hasta que la bicicleta esté lista, poco tiempo para ir y volver a casa y nada que hacer por allí. Me pongo a caminar sin rumbo fijo y llego hasta la plaza Bonanova para encontrar ¡un piano de cola! Está ciudad es increíble, es verdaderamente como la tituló Mendoza: La ciudad de los prodigios. Un piano de cola del que emana una melodía preciosa, una de mis favoritas de Liszt. Me acerco hasta él para descubrir que, con motivo del Concurso de Piano María Canals, están paseando este instrumento por toda la ciudad y poniéndolo a disposición de quien lo quiera tocar. Y, precisamente cuando llego hasta allí, dos japonesas toman turnos para sacar de él auténticas maravillas: Satie, Chopin, Debussy...

       Al terminar este concierto improvisado, este bello momento regalado por la ciudad de sorpresas a diario, recuerdo que cuando me decía "te sentirás mejor" tenía toda la razón: una bici más cómoda, la solución a un problema dado ya por irresoluble, la respuesta a una duda, una amistad por construir, la música y la magia bajo el sol de mi ciudad. Todo esto concedido en cadena sólo porque aquel día venció mi voluntad.




2 comentarios:

  1. Pues el Lobo de Cheshire siempre lee tu blog con mucho interés. Ya ha aprendido muchas cosas interesantes sobre ballet y, en esta entrada en particular, que las mujeres os observáis mucho más en los vestuarios que los hombres. A cambio de tu entrada sincronizante te envía la primera canción para ateos (no sólo de Comte-Sponville vive el hombre):

    http://www.youtube.com/watch?v=lFWA1A9XFi8&

    Besos

    ResponderEliminar
  2. Mi querido amigo Lobo:

    Muchas gracias por tu comentario, aunque me sorprende que no supieras que las mujeres venimos al mundo con un scanner de serie de gran definición y especializado en encontrar defectos en nuestras congéneres. Yo he decidido llevarlo en "off" pero, lo llevo...

    Gracias también por el himno, lo que me ha sorprendido es ver quien lo canta.

    Por cierto, mi admirado Comte-Sponville habla mañana, 31/03, en el IFB a las 19:30.

    ¡Besos!

    ResponderEliminar