lunes, 6 de febrero de 2012

La escafandra y la mariposa

Llevo días dándole vueltas a todas las ideas y emociones que me ha generado esta bellísima película de Julian Schnabel que desde aquí me gustaría recomendar.

Está basada en la espeluznante experiencia de Jean Dominique Bauby. Se trata de la historia de un encierro: el protagonista sufre una, afortunadamente infrecuente, lesión del tronco cerebral que le ocasiona una parálisis casi completa, dejándole el movimiento de uno de sus ojos como única vía de comunicación con el exterior de sí mismo. Sin embargo, su consciencia, su imaginación y su memoria permanecen asombrosamente claras.

Esa terrible condena, que parece diseñada por un dios despiadado, un dios menor en todo caso, con una mente tan perversa como la del más mísero de los humanos, pareciera que lleva implícita la imposibilidad de ser feliz. A pesar de ello Bauby llega a disfrutar de exquisitos y delicados momentos de felicidad, como él mismo nos relató en un libro que escribió durante su cautiverio. Su pasión por la belleza, la fuerza de sus recuerdos y la capacidad de crear nuevas imágenes con ellos seguían intactos y poderosos. En una ocasión una de sus visitas le recomendó aferrarse a lo que le quedaba de humano para sobrevivir y, tras ver lo que la vida te puede deparar, no puedo evitar preguntarme qué es eso que nos hace humanos ¿nuestra independencia?, ¿la libertad?, ¿nuestras ideas?, ¿los sentimientos?

Ahora que conozco su historia estoy aún más convencida de que lo que nos hace humanos y da sentido a nuestras vidas es la capacidad de amar y, más incluso, la de generar amor. Bauby encontró sentido a su vida intentando ser la figura paterna que sus hijos necesitaban, aunque fuese una figura tan limitada. Dejándose amar por las personas que le dedicaban sus abnegados cuidados. Relatando su experiencia para beneficio de todos.

Su vulnerabilidad no fue en absoluto escogida pero, tener que rendirse a ella y depender del auténtico amor de los suyos, le hizo ver cuantas veces lo había minusvalorado. Cuan a menudo no nos entregamos a los sentimientos, no manifestamos lo importante que es una persona en nuestras vidas, por temor a mostrar debilidad. Y qué difícil es querer a una persona tan fuerte que parezca no necesitar a nadie...

Ya sé que se trata de un recurso muy viejo: "Con la de desgracias por las que algunas personas tienen que pasar y aún así consiguen que sus vidas tengan sentido, con qué derecho nos vamos a quejar sólo por sufrir problemas cotidianos". No estoy del todo de acuerdo con este planteamiento, creo que no tan sólo tenemos derecho a quejarnos sino que hasta es saludable. Creo que va bien desahogar la frustración, permitirnos un momento de rabia, e incluso las lágrimas si las necesitamos. Pero también creo que podemos aprender mucho de casos como este y que ¡hasta es nuestra obligación! Si no estaríamos despojando a Bauby de parte de la trascendencia y el sentido que tuvo su vida y ¡a eso sí que no tenemos derecho!



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