miércoles, 8 de febrero de 2012

Nivel superado. Siguiente nivel. Ahora sin manos...

Hoy tengo la necesidad de escribir sobre la situación personal que atravieso. No es que no sean personales todos los escritos que llevo aquí publicados, todos tienen que ver con aspectos de mi vida de una u otra forma, o con mis sentimientos -nada hay más personal-. Sin embargo, procuro no dar detalles concretos sobre mi vida que no juzgo necesarios para expresar lo que quiero compartir. En esta ocasión romperé esta norma, pues algunos de esos detalles son imprescindibles para explicar lo que me pasa:

Hace poco más de dos años falleció mi madre a causa de una metástasis en hígado y pulmones, un cáncer que, estoy casi segura, se empezó a gestar a raíz de la muerte de mi padre, que nos pilló a todos desprevenidos y que, especialmente a ella, resultó devastadora. Desde entonces venimos retrasando una y otra vez un viaje a Galicia, tierra en la que ambos nacieron, se casaron y concibieron a sus hijos, para depositar allí sus restos, tal y como a ellos les habría gustado. Viviendo cada hijo en una ciudad distinta, han sido necesarias varias vueltas a la agenda para ponernos de acuerdo en una fecha. Finalmente, iremos a Vigo a finales de este mes.

La proximidad de este viaje me tiene el corazón y la cabeza un poco revueltos: sueño con ellos, me vienen a la memoria situaciones, conversaciones, anhelos compartidos. Me pregunto si hice todo lo que pude por aliviar su sufrimiento, si fui la hija que querían tener, si supieron lo afortunada que siempre me he sentido porque fueran mis padres...

Pero la vida, con su particular sentido del humor -la muy cabrona- no me va a permitir vivir esta última y simbólica despedida con la tranquilidad de espíritu que me gustaría. No, eso sería muy fácil.

Hace sólo unos días que la empresa en la que trabajaba mi pareja, fruto de una pésima gestión, cerró dejando más de 2.500 trabajadores en la calle, entre ellos buenos amigos, algunos padres recién estrenados y trabajando ambos allí. A pesar de que confío plenamente en su valía y estoy segura de que conseguirá un nuevo empleo en poco tiempo, toda esta situación es muy triste y hay momentos en los que tanto a él como a mí se nos nubla el ánimo. Además, las opciones de trabajo que tiene a la vista son todas fuera de Barcelona, ciudad en la que ahora vivimos y que, desde el primer día en el que aquí residí, he sentido como mi sitio en el mundo. Me paso el tiempo viajando y, aunque me encuentro a gusto en todas partes, no es hasta que llego a Barcelona que me siento "en casa".

Por si todo esto fuera poco, la empresa en la que trabajo se encuentra en un proceso de cambio. Según la dirección no tenemos motivos de preocupación pero, a poco que se piense en ello los números cantan: ¿cómo se va a prescindir de aviones en una aerolínea y a mantener los mismos puestos de trabajo?, ¿es que piensan pagarnos por no trabajar? Para combatir esta situación hay convocada una huelga sobre la que hay casi tantas opiniones como trabajadores, con lo que cuesta mucho tomar una decisión. Y si la decisión de hacer huelga o no es difícil, llevarla a cabo es aún más duro ¿os imagináis metidos en un avión durante 12 horas dando paseos de seguridad cada 15 minutos y negando todo aquello que os pidan los 340 pasajeros -salvo agua y una comida- con solo un "lo siento, estoy en huelga"? Aún peor: ¿os imagináis en esa situación por el pasillo de la derecha mientras en el pasillo de la izquierda tu compañero, que no está de acuerdo con la huelga, está trabajando con absoluta normalidad?




Hay quien dice que estamos en la vida para aprender y que, según vamos asimilando las enseñanzas que se nos presentan por el camino, las dificultades son cada vez mayores; como si fuéramos aprobando cursos en los que los ejercicios y los exámenes son cada vez más difíciles. Algo así como esos juegos de ordenador en los que vas superando niveles y, con cada nivel, van apareciendo más dragones y más fosos y más fuegos que vadear... No sé en que nivel del juego de la vida me encuentro, pero estos días tengo la tentación de mirar a mi alrededor antes de dar un paso por si también ha desaparecido el suelo, si hay alguien poniendo la zancadilla o si a la vuelta de la esquina me espera un premio... y un nuevo nivel que recorrer.

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