martes, 29 de noviembre de 2011

La moda del descontento

       Desde que tengo memoria siempre me ha encantado leer. Recuerdo con especial cariño unas largas semanas que pasé encamada curándome de la varicela y devorando la colección completa de las aventuras de Tintin ¡Qué descubrimiento: el mundo a mi alcance!

       Me apasionaban los cuentos y las leyendas que sucedían en tierras lejanas o, cuando menos, desconocidas para mí (que eran casi todas). Aparte de las historias en sí, me llamaban poderosamente la atención las descripciones de costumbres y las celebraciones de todo tipo.
       Lo mismo daba que se tratara de una boda beduina: de varios días, con platos de cordero y dátiles, con músicas y danzas sensuales; tés de menta; perfumes y alfombras; jaimas y pulseras tintineantes; gritos de júbilo... o que me describieran la merienda de cumpleaños de algún niño inglés: con tartas y pasteles de arándanos, frambuesas y ruibarbo; en un jardín con rosales y un cesped esmeradamente cuidado; vestidos de uniforme con corbata; chapoteando en los charcos dejados por la lluvia frecuente; jugando al escondite con su Cocker Spaniel; comentando el último partido de criquet.
       Tal variedad de alimentos, instrumentos, y costumbres me resultaba fascinante y daba por hecho que con esos nombres tan sonoros y diferentes tenían que ser manjares exquisitos, música de ángeles, imágenes bellísimas. ¿Cómo no iba a sonar bien un sitar, estar riquísima la mousaka, o ser preciosa una geisha envuelta en seda y adornada con un delicado maquillaje?

       Todas estas historias alimentaban mi imaginación y mis ganas de vivir, y aún lo siguen haciendo. Lo curioso, lo maravilloso, es que muchas de las escenas que entonces sólo podía vivir a través de las letras hoy son normales para mí. No lo digo por lo mucho o poco que me haya movido por este mundo sino porque todos esos alimentos exóticos se encuentran ahora sin mucha dificultad en los mercados centrales de nuestras ciudades. Porque en la agenda cultural encuentras casi con facilidad un festival de músicas del mundo, una exposición de fotografía de lejanos parajes, un ciclo de conferencias sobre las costumbres de las tribus africanas. Porque lo que no esté cerca de ti físicamente, lo encuentras a golpe de click, a través de una red que no para de recibir información y aumentar sus posibilidades. En fin: que hoy tenemos el mundo en la palma de la mano.

       Cuando yo era pequeña las representaciones de teatro, los conciertos, los ballets, eran espectáculos cuasi-únicos: o tenías la ocasión de verlos o no. Ahora entras en internet y tienes acceso a casi todo lo que alguna vez haya sido grabado. Toda la literatura, toda la música para el que quiera disfrutarla.

       Nunca se ha leído tanto, nunca se ha sabido tanto, nunca ha sido la cultura tan accesible. Sin embargo, se sigue hablando de la crisis de las artes, yo misma he caído en ese tópico: ¡Mea culpa! Nos quejamos de la época que nos ha tocado vivir, cuando nunca ha habido menos violencia, cuando nunca se habían controlado tantas enfermedades, cuando millones de personas tienen acceso a comodidades que ni siquiera existían hace unos años para los más adinerados.

       Hay muchas cosas por hacer, es cierto: hay mucha gente que sufre, muchas metas que alcanzar pero, ni siquiera con esta tan cacareada crisis estamos peor que hace sólo unas décadas. Por favor, sigamos avanzando y seamos realistas. La realidad es que hay mucho sinvergüenza aprovechado sí, pero ¿acaso eso es nuevo? Antes nos los tragábamos sin más, ahora no los toleramos. De la misma manera que ahora hay menos maltrato doméstico e infantil pero reaccionamos a ellos con más virulencia y rechazo.

       En estos tiempos que vivimos nos enteramos de cualquier catástrofe al minuto y, como siempre hay alguna, nos parece que todo esté yendo a peor. Sin embargo, lo que antes era solidaridad de barrio o de pueblo hoy tiene alcance mundial, ¿no es ese un avance extraordinario?

       No obstante, el mal humor está de moda, la queja sin aportaciones, la insistencia en señalar el problema y la crítica a cualquier búsqueda de solución. Cualquiera que trate de mejorar las cosas es tachado de ingenuo, hasta se le acusa del peor delito: el "buenismo". Por eso a obras como este cortometraje multipremiado, que podrá gustar más o menos (para gustos...) se le critica en los foros, no por sus cualidades artísticas sino por su mensaje ñoño o ya antes visto. Ajá, es verdad, las películas de catástrofes, guerras, violencia y dramas de todo tipo hablan todas de temas nunca antes comentados, ¿verdad? Mi teoría es que alabar historias de esperanza y colaboración no suena moderno y profesional. Que está de moda dar una imagen fría y aséptica e incluso cínica.


       Desde aquí me tomo la libertad de pediros que reflexionéis un poco sobre la época llena de maravillas que nos ha tocado vivir y que aportéis vuestro grano de arena diario para hacer más poderosa esta magia. ¡Acabemos con el mal humor imperante y el pesimismo!


       "Piensa globalmente y actúa localmente". Patrick Geddes.


1 comentario:

  1. Es evidente que, tomado en su conjunto, nunca el mundo había estado tan bien, pero entonces ¿por qué no nos damos cuenta? Voy a aventurar tres posibles causas, aunque seguro de que hay más:
    1. Porque el mundo en el que vivimos de verdad, los confines de nuestro cerebro, puede llegar a ser muy reducido. Es perfectamente posible tener mucha información y poca experiencia, demasiada ideología, ínfima comprensión y ninguna perspectiva.
    2. Lo que nos importa es lo que nos sucede a nosotros ahora. Si todo el mundo está mejor que en el siglo XIII pero yo estoy en paro, ¿a mí qué me importa el mundo del siglo XIII? ¿Y el de la actualidad? Nuestras vidas son lo que nos pasa a nosotros y a ese reducido y selecto grupo de seres queridos.
    3. Porque hay que ser sensible para apreciar la sensibilidad, grande para apreciar la grandeza, bueno para apreciar la bondad. Well, you get the picture.
    Besos.

    A

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