A pesar de esto he de reconocer que los pocos domingos de que dispongo libres en compañía de mi amor son una auténtica delicia. Cerrar la puerta de casa con llave, dejando fuera el resto del mundo, preparar un desayuno caprichoso y tardío y hacernos fuertes cada uno en un sofá, cual decadentes romanos en su triclinio, comiendo uvas y escuchando la lira; en nuestro caso jazz o música clásica, quizás algún tango...
Domingos de dominicales porque, mientras Javier repasa la prensa de cabo a rabo, a mí me gusta saborear la lectura de los suplementos, especialmente de los estupendos autores que escriben en ellos (Marías, Millás, Monzó, Cercas, Grandes...). Y, añadido al placer de las ideas o las emociones que me provocan esos textos, no menos intenso (en ocasiones lo es más) es el paladeo de algunas palabras. Se trata de un placer duradero e íntimo. Duradero porque paso días jugando con ellas, íntimo porque pocos comprenden y comparten este juego, afortunadamente Javier es uno de ellos, lo que le hace aún más amable, mejor compañero.
Estrenar alguna palabra nueva, recuperar otra que estaba olvidada o descubrirle un nuevo uso, es como estrenar unos zapatos, encontrar un disco que estaba perdido, cambiar los muebles de sitio y construir así un espacio más acogedor.
Hoy ha sido un día provechoso: incuria, errabundia, fulcro y almácigo me han hecho pasearme por una de mis webs más visitadas (www.rae.es) y, de paso, aunque ya fueran viejas conocidas, péplum e ignominia se han puesto al día.
Después de la lectura solemos ver alguna película antigua o, mientras él escribe o bucea en internet, yo vuelvo a ver por enésima vez algún vídeo de danza o alguna vieja grabación como estas en las que mis admirados Les Luthiers disfrutan tanto como yo o más jugando con las palabras.
.. mejor que con diamantes, Sin duda.
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