jueves, 7 de abril de 2011

Presenciar una aurora boreal

       Quién me lo iba a decir aquella noche, una de las primeras de la primavera, en la que, una vez más, luchaba contra el sueño mientras cruzábamos el Atlántico. Quién me iba a decir que pasaríamos sobre Groenlandia yendo de Madrid a México. Cómo podía saber que, al tocarme hacer la primera guardia, en vez de mala suerte la estaba teniendo buena. Cómo podía saber hace unos días al escribir esa ambiciosa lista de deseos que no iba a tener que esperar mucho para ver cumplido uno de ellos.


       Se enciende la señal de llamada de cabina, dejo el crucigrama sobre la mesita y sacudo la cabeza, al darme cuenta de que ya es la cuarta o quinta vez que leo la misma definición sin entender nada. Entro a atender a los pilotos esperando una petición de café o de conversación para ayudar a soportar la noche, que yendo hacia el oeste nunca acaba. Paso casi de puntillas por si alguno de los dos está echando una cabezadita y me sorprendo al encontrarlos a ambos más que despiertos: están agitados, ilusionados, felices. -"¡Mira!, ¡qué maravilla!..."

       Una luz verde y brillante como el ala de una mosca enciende la noche, preciosa pero lo suficientemente sutil para permitir apreciar las estrellas con toda su intensidad. Es más, parece que haya más estrellas que otras noches. Entre exclamaciones de admiración y de sorpresa me muevo de lado a lado de la cabina, observando a través de cada una de sus ventanas las formas caprichosas que adopta esa luz hechicera, que cambia constantemente, igual que el humo entre la brisa.

       Y tras la admiración de la belleza, la sensación de que la magia te envuelve, la consciencia de encontrarte en una nave que viaja por el espacio. Y no me refiero sólo al avión en el que estamos, sino al planeta que nos transporta, que es pura vida y que es frío a la vez, como un átomo sin sentimientos, pero que forma parte de un corazón latiente. Y me siento pequeñita como ese átomo, carente de significado e importante a la vez... y no me siento capaz de explicarlo pero, la alegría me posee y tengo ganas de reír y gritar: -"Entramos en velocidad de hiperespacio" y me imagino que al otro lado de la aurora boreal hay otra galaxia que nos recibe.

       Bromeamos con esa posibilidad, como si viajáramos en el Halcón Milenario, y Carlos me comenta que seguro que llegamos a destino con 10 años menos encima, que ya sería todo un milagro. De repente me doy cuenta de que hay que avisar a los demás compañeros y voy a buscarlos. Van entrando por turnos en cabina para no desatender nuestro trabajo y yo mientras tanto me pregunto: ¿y si fuera verdad?, ¿y si hubiéramos atravesado el espacio?
        Si a través de la aurora hubiéramos llegado a un universo paralelo ¿lo sabríamos?
       ¿Y si cada día sucede la magia y no la vemos?


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