lunes, 25 de abril de 2011

La fortuna de vivir

       Estaba yo en mi casa, tumbada en el sofá y mirándome el ombligo... dándole vueltas a la cabeza (como siempre). A veces, mi mente me recuerda a una de esas bolas transparentes en las que meten a los hámsters para que hagan ejercicio, que no paran de rodar y rodar para no llegar a ningún destino concreto. Por ejemplo, ahora me pregunto: ¿cuál es el plural de hámster?, ¿hámsteres? y si ya está aceptada la palabra hámster, con su acento y todo, en el diccionario de la RAE (como acabo de comprobar), ¿la hache es muda?, ¿se dice "ámster" o "jámster"? En ocasiones ser yo resulta agotador, me encantaría llevar una conexión permanente con google en el cerebro para poder dar respuesta a todas las preguntas que se me ocurren constantemente.

       Pero, me estoy desviando del tema. La cuestión es que estaba tumbada en el sofá y mirándome el ombligo, pero no, como podría parecer leyendo esta frase, por un exceso de egocentrismo. Me encuentro de reposo obligado tras una operación de apendicitis, y me miraba el ombligo porque tengo que controlar la evolución de las cicatrices para asegurarme de que sanan bien. Pues bien, mientras observaba mi ombligo, intentaba averiguar si al insertar el tubo por él había desaparecido el lunar más original de mi cuerpo. Ese lunar con el que de niña siempre ganaba esas competiciones tan absurdas pero tan divertidas a las que todos hemos jugado alguna vez, en las que luchamos por demostrar que somos el más especial, el más listo o el más... la verdad es que de niño si eres el más de algo, ya te sientes feliz, casi cualquier cosa vale. "Tengo un lunar que nadie más tiene ¿a que no sabes donde está?" a nadie se le ocurría decir nunca "en el ombligo". Es una de esas características tontas que te hacen sentir diferente y que como mucho serían útiles para reconocer a la víctima en una novela de misterio. "¿Cómo está tan seguro de que se trata de Miss Higgins?, su cara está desfigurada"... "Tiene que ser ella: tiene un lunar en el ombligo"...

       Y me he vuelto a desviar. Decía que estaba tumbada en el sofá, mirándome el ombligo, comprobando que las cicatrices están cerrando bien y recordando a mi madre. Es verdad, esto último no lo había dicho. Es que mirándome la barriga y los lunares siempre me acuerdo de ella, porque a unos tres dedos del ombligo teníamos las dos dos lunares exactamente iguales. ¿Se hereda la disposición de los lunares? Tendré que consultarlo en google. Pues eso, que pensaba en mi madre y me miraba el ombligo y me imaginaba el tubo con la cámara que había entrado por el corte de su interior y me ha venido a la mente la imagen del cordón umbilical. La típica imagen de los documentales en la que se nos muestra a un plácido y hermoso feto flotando en el líquido amniótico sin que nada lo moleste, unido a través de ese cordón a su fuente de alimento. Protegido y, diríase que, feliz.

       Y he pensado, que si en su día a través del ombligo recibí alimento, esta vez a través del ombligo volví a vivir. A través del ombligo y de dos cortes más, por cierto. Estamos tan acostumbrados a oír hablar de operaciones de apendicitis como de ortodoncias, y fruto de esa familiaridad pocas veces se piensa en que el apendicitis si no se opera es mortal. No son estas líneas, ni lo pretenden, una reflexión a las puertas de la muerte, ni nada remotamente parecido. No he tenido miedo en ningún momento, y me mandaron al quirófano tan rápido que por una vez no tuve tiempo ni de pensar. Lo que sí estoy pensando ahora es que soy muy afortunada. Tuve un dolor y me presenté en una clínica de prestigio. Sólo tuve que identificarme como asegurada y al poco estaba siendo perfectamente atendida. Me han tratado con profesionalidad y cariño. Me han operado sin dilación y con la técnica más moderna y menos agresiva. Hasta han tenido en cuenta la estética a la hora de dejar más o menos marca. Ahora estoy de baja laboral mientras me recupero y nadie me discute que no debo hacer ningún esfuerzo en un mes para recuperarme completamente.

       A todos los que piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor. A los que se quejan constantemente del país en el que vivimos. A los que al mínimo inconveniente que encuentran tachan esta sociedad de tercermundista me gustaría hacerles reflexionar. Si me hubiera tenido que operar en alguno de los países que con frecuencia visito no habría sido todo tan fácil. Por supuesto que me habrían operado, afortunadamente es una intervención habitual en casi cualquier lado. Pero el nivel de la sanidad a la que tuve acceso no habría estado a mi alcance económico o, peor aún, no habría sido disponible en absoluto. Dispongo de un seguro médico privado, es cierto, un seguro asequible y que pago con mi sueldo. Sin embargo, cuando mis padres se casaron mi madre tuvo que dejar su trabajo porque la ubicua y ahora tan moderna Telefónica/Movistar no admitía casadas entre sus empleadas. Y no era esta política una excepción entre las empresas. De hecho, mi madre necesitaba la aprobación de su marido para casi todo y no podía tener una cuenta bancaria propia ni salir del país sin su permiso. Hoy sus hijas tienen un trabajo estable, viajan por todo el mundo, tienen acceso a una de las mejores sanidades públicas que existen y, si quieren, a una privada cuyo coste pueden perfectamente asumir. Soy afortunada porque he nacido en un lugar del mundo y en un momento en el que una mujer puede ser quien quiera ser, un lugar y un momento en el que tus amigos te dicen "sé feliz de haber cumplido 40 años, porque ahora empieza lo bueno" cuando en algunos países la esperanza de vida no llega a tanto. Países en los que una mujer sólo vale por su capacidad reproductiva y no tiene más derecho que el trabajo.

       Pues, que estaba yo tumbada en el sofá y mirándome el ombligo, y me preguntaba si podré tomar el sol en la tripa cuando me lleguen las vacaciones, cuanto tiempo tendré que esperar para volver a poner duros los abdominales, esas y otras cosas me pasaban por la cabeza mientras me quedaba dormida y soñaba con otros países, con mis padres, con mi abuela, con las nubes... Segura en mi casa, protegida, plácida y feliz como ese feto tranquilo, bien alimentado, ajeno a todo mal y tan afortunado.

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