jueves, 9 de junio de 2011

La segunda mirada

       Jugando con la cámara de fotos, intentando encontrar un punto de vista diferente, lo encontré. Pero no en un sentido estrictamente visual que es lo que buscaba. No sé mucho de fotografía y por ahora me limito a usar el viejo método de prueba y error y, mientras tanto, me divierto y voy aprendiendo.

        Me encontraba en el precioso jardín de la Villa San Michele en Fiesole, desanimada porque las limitaciones de mi mediocre cámara de fotos me impedían sacar partido a la impresionante vista de los tejados de Florencia, dominados por la gigantesca cúpula de Santa Maria del Fiore. Decidí pues hacer fotos de esa imagen sólo en mi memoria y usar la cámara para capturar los pequeños detalles cercanos, los balcones y las flores que me rodeaban.


       Fue entonces cuando descubrí una pequeña fuente en la entrada del antiguo monasterio, ahora lujoso hotel de Orient-Express. Me llamó la atención una expresiva cara que hay en su base por la fuerza de su enfado, o eso me pareció en aquel momento. Me pregunté si estaría enojada por estar condenada por los siglos de los siglos a soportar sobre sí a un querubín cursí y gordezuelo con un enorme pez entre sus brazos.

         Buscando la forma de captar esa expresión con toda su fuerza cambié mi punto de vista, y lo que vi en ese momento en la pantalla no fue en absoluto lo esperado.


       Los ojos de la ira se tornaron suplicantes, la boca ya no gruñía sino que se había quedado muda, el enfado era pavor.

       Me pregunté entonces cuántas veces habría confundido el miedo con el mal carácter, comprendí lo mucho que se parecen, recordé las veces que yo misma había sido vista como arrogante cuando lo que me separaba de los demás no era mi aparente seguridad, sino el miedo a ser rechazada, el sentirme pequeñita y poco interesante.

       En mi trabajo estoy acostumbrada a lidiar con personas que intentan camuflar su miedo a volar aferrándose a cualquier motivo de enfado. Estoy segura de que esas personas no reaccionarían así ante una situación equivalente que se produjera en tierra. A veces basta con una distracción, con hacerles reír o darles la mano para que aflore lo que realmente les preocupa, para que se permitan a sí mismos plantarle cara al miedo. Quizá no lo suficiente como para superarlo pero, sí lo bastante como para admitirlo.

       Lo triste es que en la vida cotidiana nadie se acerque a acariciarte la mano y a ayudarte a superar tu miedo. Que todos aceptemos la primera máscara porque nos han enseñado que es más honroso mostrar un buen cabreo que una lágrima. No tan sólo sufrimos por nuestros distintos miedos sino que además tenemos miedo a que se sepa. Es muy difícil solucionar un problema que no se reconocer tener. Ya sé que hay entornos en los que es mejor no mostrar nuestras debilidades, también sé que detrás de un ceño fruncido perenne a veces sólo hay un individuo desagrable y amargado pero, a partir de ahora intentaré dar una segunda mirada, ofrecer una sonrisa y esperar que el otro quizás, quizás, suspire y se relaje y quizás, quizás, de un primer paso hacia fuera de sí.

1 comentario: