No sé por qué cuando el mundo se viene abajo (y tampoco sé por qué el mundo se empeña en venirse abajo de cuando en cuando) se me olvidan los tres o cuatro sencillos pasos necesarios para ponerlo de nuevo en pie. De tal manera que lo que podía ser sólo una piedra en el camino se convierte en un agotador volver a empezar, en una odisea, en una catástrofe casi absoluta.
De repente una mañana un rayito de sol te ilumina la cara, sonríes, te levantas y vuelves a vivir con la extraña sensación de que habías dejado de caminar sólo porque se te había olvidado cómo hacerlo.
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