miércoles, 9 de mayo de 2012

La importancia de llamarse Ernesto, o Juan, o Pedro

El siempre genial Oscar Wilde escribió una comedia para el teatro llamada "The Importance of Being Earnest" jugando con el doble sentido que este título tiene en inglés y que, lamentablemente, se pierde al traducirlo a nuestra lengua. Fonéticamente se puede traducir como "La importancia de ser entusiasta" o "La importancia de ser serio" y también como "La importancia de llamarse Ernesto".

Este título y lo caprichosa que puede ser la vida fueron las dos ideas que me vinieron inmediatamente a la cabeza al escuchar una conversación en la peluquería en la que me acababan de cortar el pelo.

Allí estaba yo, sentada mientras esperaba a que la coloración hiciera su efecto y distraída escuchando conversaciones ajenas (lo admito, es una mala costumbre que tengo y que me divierte mucho). De esa forma me enteré de que acababan de contratar a una joven llamada del mismo modo que otra compañera más antigua, lo que estaba dando lugar a confusiones porque cuando llamaban a alguna de las dos para atender a los clientes se presentaban ambas. Entre risas y anécdotas una de las encargadas del local le reconoció a la señora a la que estaba peinando que en una ocasión tuvo que elegir un nuevo empleado y, a pesar de que una de las candidatas era idónea para el puesto, no la contrató porque se llamaba igual que ella y eso no le había gustado.

Fue el mismo Oscar Wilde quien, con la ironía que le hizo tan célebre, comentó que "las tragedias de los otros son de una banalidad exasperante". Y, aunque no lo dijera en este sentido, creo que es una frase que le va al pelo a esta situación. La tragedia de no encontrar trabajo en este caso no se debe a la falta de preparación, de actitud o de aptitud sino a la banal fatalidad de que el nombre de la solicitante coincidiera con el de la encargada de contratarla.

Estando la situación económica como está tengo a varios amigos en desesperada búsqueda de empleo, y yo misma temo por el futuro del mío. Ellos pasan sus días entregando currículos, solicitando entrevistas, repasando idiomas y poniendo al día todo tipo de conocimientos que creen que les pueden hacer más "contratables". Con cada negativa o ausencia de respuesta por parte de las empresas a las que aspiran se vuelven a examinar: repasan todo lo que han dicho, cómo se han presentado; revisan su aspecto y su actitud; se plantean nuevos enfoques... Me dan escalofríos de pensar que los pueden haber rechazado por su nombre de pila, por su color de pelo, o porque se parecen a una cuñada del entrevistador a la que no puede soportar.

Aunque por otro lado, tampoco me extrañaría demasiado: conozco un jefe de personal que considera que toda mujer con una talla 42 es "una foca", y que por encima de los 35 años somos todas unas "viejas sin ningún interés". Ahora bien, el susodicho no tiene ningún reparo hacia sus colegas con sobrepeso y canas si son de su mismo sexo.

A pesar de que mucha gente opina que el feminismo en nuestra sociedad ya no es necesario, desgraciadamente no hace falta buscar mucho para encontrar casos que demuestran lo contrario. Los temas de racismo y xenofobia son aún más evidentes pero, reconozco que la discriminación por nombre de pila es totalmente nueva para mí, aunque no es que tenga menos sentido que las anteriores, así que, quizá no debería sorprenderme tanto. Supongo que lo que más me sobresalta es que alguien sea capaz de reconocer abiertamente su absoluta falta de empatía, sensibilidad y sentido común.

Llega un momento en el que, siendo perfectamente consciente de la cantidad de injusticias cotidianas que no podemos evitar, empezaría a conformarme con que por lo menos nadie se jactara de ellas. O, como diría Wilde: "No hay cosa que más se parezca a la inconsciencia que la indiscreción".

Oscar Wilde 1854-1900