martes, 17 de abril de 2012

La destilación del mal

       Estos días se está juzgando al asesino Anders Breivik, autor de la terrible matanza de Utoya. Están intentando determinar si decidió conscientemente llevar a cabo ese horror o si lo hizo como resultado de alguna enfermedad mental. En mi opinión poco importa, ya sea voluntariamente o porque no puede evitarlo, a una persona capaz de hacer algo así habría que apartarla de la sociedad de por vida. Quizás estén tratando de averiguarlo sólo para decidir en qué tipo de institución lo han de encerrar. En cualquier caso, de lo que quería hablar en esta ocasión es de que cuando se producen este tipo de macabros acontecimientos nunca faltan esas voces que los relacionan con la violencia a la que estamos expuestos a través de los medios de comunicación, las películas y los cómics.

       Como aficionada a ambos géneros, estos comentarios me producen un rechazo casi instantáneo. En cuanto los escucho me vienen a la mente algunas escenas gloriosas de extrema violencia, que no tan sólo no habrían de evitarse sino que hasta considero enriquecedoras. Escenas que reproducen batallas históricas con la crudeza de la realidad y no con la edulcoración de los años 50, o que nos muestran cómo actúan las mafias de todo tipo y que, lejos de hacer apología de la violencia, provocan nuestro rechazo y por tanto la denuncian. Historias épicas que, a pesar de la violencia que exhiben, exudan romanticismo e ideales, ¿o no es una auténtica maravilla la batalla final de "Blade Runner", en la que el replicante le perdona la vida a Decker para no morir solo, para transmitir su memoria y porque en ese momento valora la vida por encima de todo?
       Luego están todas esas historias de superhéroes, de magos, de vampiros, que recrean todo tipo de leyendas y mundos que nunca existirán más que en la mente de los humanos. ¿Deberíamos censurar las batallas de la Tierra Media, del bien contra el mal, de "El Señor de los Anillos"?, ¿o la caza y la muerte del "Drácula" de Ford Coppola? Esta última película es una auténtica oda al amor inmortal, a pesar de la crudeza de sus imágenes.
       Tampoco hay que olvidar las historias que hacen parodia de la violencia, mostrándola exagerada, ridícula, absolutamente absurda y, haciendo que nos riamos de ella en cierto modo la exorcizan. Todas esas escenas excesivas de las películas de Tarantino, las luchas imposibles contra los supervillanos de las películas de James Bond o incluso las múltiples desgracias de los personajes de los dibujos animados, como el Coyote que siempre sale accidentado tras perseguir al Correcaminos.

       Pues bien, tras esta defensa por la libertad de expresión de los artistas para representar lo que les dé la gana en sus obras, violencia incluida, voy y digo lo contrario... Bueno, no exactamente, me explico: sigo defendiendo esa libertad y cada uno que elija qué es lo que quiere ver, leer o experimentar (faltaría más). Lo que pasa es que reflexionando sobre alguna experiencia previa me doy cuenta de que hay ocasiones en las que es muy difícil liberarte de una imagen o de una emoción por mucho que lo intentes, y no estoy segura de que todo el mundo sea capaz o de que ni siquiera se dé cuenta de cuanto le ha marcado.

       Como comenté en mi entrada anterior, el visionado de "El caballo de Turín" me produjo una desolación de la que me costó recuperarme. Hace algunos días alquilé "Sin City", la versión cinematográfica del cómic del mismo nombre (que no había leído) y tuve que dejarla a la mitad porque me sentí físicamente incapaz de terminarla y aún más tiempo atrás compré un ejemplar en tapa dura de "From Hell" que, a medida que lo iba leyendo, me iba produciendo tal angustia e inseguridad que no tan sólo lo abandoné antes de haber terminado de leer un tercio, sino que lo hice en un contenedor de basura. Es la única vez en mi vida que he tirado un libro, siempre los regalo o hago bookcrossing con ellos pero, en esta ocasión, tuve la sensación de estarme deshaciendo de una alimaña, no le deseaba a nadie que sintiese lo mismo que yo al leerlo.

       Estas tres obras han sido muy aclamadas por la crítica (en el caso de "Sin City" me refiero a la historia original, no a la película). Las tres están impecablemente ejecutadas y, seguramente por eso, las tres me han dejado una mancha en el ánimo que me está costando borrar.

       Tengo la sensación de que es algo parecido a un perfume. Hay perfumes para todos los gustos y, al igual que pasa con la música (no se pueden cerrar las orejas) te asaltan por sorpresa para tu disfrute o tu desagrado. En cualquier caso, se han elaborado con la intención de gustar, de provocar una emoción o sentimiento, de evocar un lugar o un recuerdo. Tomando esencias puras en muy bajas dosis se busca un resultado final equilibrado. Sin embargo, esas esencias puras son de tal intensidad que no resultan nada agradables al olfato y si te las pusieras directamente sin diluir, te resultaría insoportable, no serías capaz de oler otra cosa y tardarías mucho rato en deshacerte de ese olor punzante y viscoso que impregnaría tu ropa y toda tu piel.

       Estas tres obras me han producido el efecto de haberme perfumado las ideas con una esencia pura, la esencia de la desesperanza, de la violencia sin sentido y del mal, respectivamente. Una sensación viscosa que se cuela entre los surcos de mi cerebro como el líquido en la arena seca y que reaparece de cuando en cuando haciéndome sentir impotente. Son obras que deberían llevar un rótulo de advertencia, un aviso de efectos secundarios con la leyenda "si atraviesa este umbral puede resultar dañado"...